5/9/09

Celso Tíndaro

Decoro del hombre

No aceptes a ningún precio la servidumbre ni la tiranía.
No reniegues de la libertad, decoro del hombre.De ella viene todo progreso; de ella depende todo bienestar humano.
Todo lo que no sea libertad, corrompe, anula, envilece, mata al hombre.
Quien te arrebata la libertad es tu verdugo.

De:Nuevos juncos pensadores,ed.C.E.P.A, Buenos Aires,1945.

Nicolás Avellaneda




Nicolás Avellaneda reflexiona sobre el papel de la lectura

.

La lectura fecunda el corazón, dando intensidad, calor y expansión a los sentimientos. Los egoístas no practican, en general, la lectura, porque pasan absortos en la árida contemplación de sus intereses personales. No sienten la necesidad de salir de sí mismos y estrecharse con los demás. Las personas indolentes no leen; pero ¿qué son el ocio y la indolencia, sino las formas plásticas del egoísmo? La naturaleza es pródiga en sorprendentes escenas, en maravillosos espectáculos que el hombre sedentario apenas conoce y que los viajeros contemplan con extática admiración. Los placeres sociales encantan al hombre; pero no siempre vienen a su encuentro ni dependen de su voluntad. Entretanto, los placeres que proporciona la lectura son de todo tiempo y de cualquier lugar, y son los únicos que puede renovar a su albedrío.

La lectura es poderosa para curar los dolores del alma, y Montesquieu ha escrito en sus pensamientos que jamás tuvo un pesar que no olvidara después de una hora de lectura.

El libro es enseñanza y ejemplo. Es luz y revelación. Fortalecen las esperanzas que ya se disipaban; sostiene y dirige las vocaciones nacientes que buscan su camino al través de las sombras del espíritu o de las dificultades de la vida. El joven oscuro puede ascender hasta el renombre imperecedero, conducido como Franklin por la lectura solitaria. El libro da a cada uno testimonio de su vida íntima. Es el confidente de las emociones inefables, de aquellas que el hombre ha acariciado en la soledad del pensamiento y más cerca de su corazón, así la lectura del libro que nos ayudó a pensar, a querer, a soñar en los días felices, es el conjuntos de sus bellas visiones desvanecidas por siempre en el pasado. Cuando puede sustraerme a lo que me rodea y releo mis antiguos libros, parece que se renueva mi ser. Vuelvo a ser joven. Lo que pasó, está presente; y creo por un momento que puedo envolverme de nuevo en la suave corriente de los sueños desvanecidos, cuando repitiendo con acento enternecido el verso de Lamartine o de Virgilio los llamo y los nombro con las voces de mi antiguo cariño. Enseñemos a leer y leamos. El alfabeto que deletrea el niño es el vínculo viviente en la tradición del espíritu humano; puesto que le da la clave del libro que lo asocia a la vida universal. Leamos para ser mejores, cultivando los nobles sentimientos, ilustrando la ignorancia y corrigiendo nuestros errores antes que vayan con perjuicio nuestro y de los otros a convertirse en nuevos actos.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

1/9/09

Forges


31/8/09

Conferencia Emmanuel Lizcano (filósofo)

Conferencia del filósofo español Emmanuel Lizcano

La metáfora, recurso para crear sentidos en el aula

El lenguaje encuentra en la metáfora un elemento de gran potencial comunicativo y simbólico. Esto, trasladado a la educación, puede contribuir “a despertar los sentidos de la imaginación, la creatividad y el pensamiento abstracto”, afirmó el intelectual.

La metáfora, recurso para crear sentidos en el aula

Para el intelectual español Emmanuel Lizcano, “lo que nos hace falta es escuchar al lenguaje”, apropiarnos de las metáforas, enseñar y aprender a partir de ellas.

Foto: Gentileza Prensa Gobernación

Luciano Andreychuk

landreychuk@ellitoral.com

¿Cuántas cosas quiso decir Edgar Allan Poe cuando escribió, en el ocaso de su vida, “Los cabellos grises son los archivos del pasado”? ¿Vejez, el paso del tiempo, un miedo íntimo a la cercanía de la muerte, etc.? ¿O cuando Karl Marx afirmó, desde su materialismo histórico, que la religión era el “opio de los pueblos”?

Una metáfora -es decir, una expresión encargada de trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita- contiene en sí misma una intencionalidad que figura o sugiere mucho más de lo que dice. Es por eso que la expresión metafórica exige de su destinatario una acción interpretativa, una disposición activa de sus sentidos, que enriquece la comunicación interpersonal.

Desde una noción aproximada parte Emmanuel Lizcano para elaborar su tesis. El intelectual español visitó recientemente nuestra ciudad -invitado por el Ministerio de Educación de la provincia- para presentar su último libro “Metáforas que nos piensan”. Y para hablar sobre el recurso metafórico como un elemento de gran potencial para la comunicación, el entendimiento y la compresión de conceptos, presente pero poco explorado/explotado, principalmente en los ámbitos educativos.

Pensar, decir, hacer

La metáfora es una pista para hurgar en los sedimentos más profundos del pensamiento, de la percepción y, consecuentemente, de los actos humanos. Y aunque con frecuencia sus potencialidades pasen desapercibidas, están presentes siempre en el lenguaje, unas veces para comunicar y otras para provocar, tensionar o redefinir ideas. Todo ello lleva a pensar que las metáforas ayudan a “despertar los sentidos de la imaginación, los juegos de oposiciones, el pensamiento abstracto, la explicación figurada como una verdad válida”, explicó Lizcano. “Hablamos de un elemento lingüístico que tiene un potencial comunicativo tan inconmensurable como seguramente ningún otro”.

Si fuésemos capaces de detectar y reconocer las metáforas con las que hablamos a diario de unas cosas y de otras, tendríamos una ventana para poder acceder a los presupuestos previos por los que circula nuestro pensamiento. “Sin erudiciones, lo que nos hace falta es escuchar más al lenguaje, cómo éste fluye, y detenernos a oír no sólo lo que dicen los contenidos, sino cómo el lenguaje habla a través de nuestra boca -clarificó Lizcano-. Por eso, el lenguaje coloquial, común y corriente, es tan original, está lleno de matices metafóricos”.

La metáfora en la escuela

Para el pensador español, la metáfora está continuamente fundiendo opuestos, estableciendo conexiones entre lo uno y lo otro y viceversa. Además, Lizcano afirma que “no hay una dualidad entre pensar con conceptos literales y pensar con metáforas, entre el discurso científico técnico y el literario metafórico. Mi tesis en realidad es que no pensamos y aprendemos más que a través de metáforas”.

Así, como elemento lingüístico generador de sentidos, la metáfora tendría un gran potencial en los procesos educativos de enseñanza y aprendizaje. “Vemos cómo metáforas simples de nuestro imaginario e inconsciente colectivo sirven a veces para hacer aperturas (en la comunicación humana), y otras para vallar con cerramientos semánticos. En cualquier caso, debemos aprender a valernos de ello, si queremos comunicarnos mejor, pensar de otra manera, generar percepciones y sentidos nuevos, sobre todo en nuestros alumnos de los primeros niveles educativos”, enfatizó.

/// LA FIGURA

Quién es

Emmanuel Lizcano (Madrid, 1950) es licenciado en Matemática, doctor en Filosofía, profesor titular de Sociología del Conocimiento en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Uned, España). Ha participado en la fundación de diversas publicaciones de gran prestigio como el diario Liberación y la revista Archipiélago. Un matemático que ha salido del estrecho marco disciplinario para recorrer un camino de encuentros y desencuentros con múltiples áreas del saber académico y popular, que le permitieron explorar las formas en que el lenguaje produce sentidos. Su último libro es “Metáforas que nos piensan” (Editorial Biblos, Buenos Aires, 2009).

/// la clave

Oír el lenguaje

“Las metáforas están presentes desde el lenguaje materno. Si pudiéramos escuchar y entender las metáforas que utilizamos casi, detenernos a escuchar las metáforas, podríamos entender mejor muchos de los sentidos que a diario utilizamos para comunicarnos. Para enseñar y aprender más en la escuela, desde el nivel educativo inicial. Y para observar otros modos de ser, y de sentir”, concluyó el intelectual.

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29/8/09

Leopoldo de Luis


El espejo

Con los ojos vendados nos miramos
cada día delante de un espejo
para ser sólo imágenes
nuestras que no veremos.

Desfilamos, retratos fidelísimos,
copias exactas, calcos o reflejos,
resbalamos por aguas espejeantes
como narcisos ciegos.

Debo de ser la sombra, los perfiles,
la refracción de ese cristal o hielo;
debe de ser el doble repetido,
el náufrago en el fondo de ese sueño.

Qué culto extraño ante el cristal, la luna,
de extraterrestre, de astronauta muerto
girando sin sentido
en la órbita cerrada por el pecho.
Qué culto extraño para
sentirnos sólo luminoso eco
de nuestra propia realidad corpórea,
mitología del agonizamiento
liturgia de pantallas sucesivas,
idolatrización de reverbero.

Sólo somos figuras proyectadas
sobre un cristal, pero jamás nos vemos.

23/8/09

Francisco de Icaza


LAS HORAS

¿Para qué contar las horas
de la vida que se fue,
de lo porvenir que ignoras?
¡Para que contar las horas!
¡Para qué!

¿Cabe en la justa medida
aquel instante de amor
que perdura y no se olvida?
¿Cabe en la justa medida
del dolor?

¿Vivimos del propio modo
en las sombras del dormir
y desligados de todo
que soñando, único modo
de vivir?

Al que enfermo desespera,
¿qué importa el cierzo invernal
o el soplo de la primavera,
al que enfermo desespera
de su mal?
¿Para qué contar las horas?
No volverá lo que se fue,
y lo que ha de ser ignoras.
¡Para qué contar las horas!
¡Para qué!. . .


20/8/09

Luis Landero


BREVE ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA UNIVERSAL


Canta, oh diosa, no sólo la cólera de Aquiles sino cómo al principio creó Dios los cielos y la tierra y cómo luego, durante más de mil noches, alguien contó la historia abreviada del hombre, y así supimos que a mitad del andar de la vida, uno despertó una mañana convertido en un enorme insecto, otro probó una magdalena y recuperó de golpe el paraíso de la infancia, otro dudó ante la calavera, otro se proclamó melibeo, otro lloró las prendas mal halladas, otro quedó ciego tras las nupcias, otro sonó despierto y otro nació y murió en un lugar de cuyo nombre no me acuerdo. Y canta, oh diosa, con tu canto general, a la ballena blanca, a la noche oscura, al arpa en el rincón, a los cráneos privilegiados, al olmo seco, a la dulce Rita de los Andes, a las ilusiones perdidas, y al verde viento y a las sirenas y a mí mismo.
Publicado en el libro "Quince Líneas" 1996, con el seudónimo Faroni

17/8/09

Frato







Marco Denevi


Cuento de horror.


La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:
- Thaddeus, voy a matarte.
- Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
- ¿Cuándo he bromeado yo?
- Nunca, es verdad.
- ¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
- ¿Y cómo me matarás? - siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sistema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.


Marco Denevi.

15/8/09

Arturo Jauretche

(Imagen:La siesta, de Cesar Fernánez Navarro, perteneciente al Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, Santa Fe, Argentina)

Zoncera N° 15

EL "VICIO" DE LA SIESTA



Se trata de un "vicio" típico de la indolencia nativa, según los "cultos".
Mi viejo amigo don Julio Correa, fallecido hace ya años, fue uno de los narradores con más gracejo que he conocido. Era el suyo un chispeante humor, que remarcaba con el acen­to catamarqueño y con uno de sus ojos, cuyo párpado, cayen­do "como capota de coche" —según su decir—, subrayaba el momento preciso del efecto buscado.
Nadie que las haya presenciado podrá olvidar la fina gra­cia de las polémicas a chiste entre el santiagueño Chalaco Iramain y don Julio, en que las rivalidades de las dos provincias natales se ventilaban en amables e inagotables anecdotarios.
Contaba Correa que viajó una vez a su provincia como delegado de su partido —era radical—, para arreglar uno de los tantos conflictos de campanario con que los provincianos llenan el hueco de las horas vacías. Esas horas vacías que el clima impone, matizadas de trucos y de bromas, almácigos de apodos y de anécdotas bajo la sombra amonedada de sol de los parrales o en la cámara oscura del café o del club, tras el objetivo tachonado de "bufache" de la vidriera.
El tren llegó a las tres de la tarde. Desde el estribo, vali­ja en mano, don Julio paseó su mirada por el andén de la es­tación, donde dos o tres escépticos changadores y el inevitable perro pila bajo un banco, sustituían la presumida Comisión de Recepción.
Sin embargo, al pasar por la sala de espera, oyó una voz conocida que le daba la bienvenida desde un rincón oscuro y perfumado de "fluido".
—"¿Has venido vos solamente?" —preguntó Correa, anti­cipándose ya al fracaso de su gestión.
Pero el otro le explicó, con la razón de su presencia, las demás ausencias:
—"Es que estaba desvelado."
Pretendía después don Julio, que no era desvelo. El que lo esperaba también dormía, sólo que era sonámbulo.
Los sonámbulos practican a la hora de dormir y el sonam­bulismo diurno no es un sonambulismo de segunda. Donde es más importante dormir en las primeras horas de la tarde que en las de la noche, hay sonámbulos de siesta.
Esto tal vez sea difícil de comprender para los que creen que su mundo es el mundo y que los horarios —hasta para el sonambulismo— tienen que arreglarse según los horarios de otros climas más "civilizados", como dicen.
Y otras veces es la vida, con sus exigencias, y no el clima, a pesar del clima, la que los organiza, como en el caso de los changadores de la estación de Catamarca y la del mismo jefe de la estación, que tiene que "acechar" la posible llegada del tren sin que le valga el horario de la siesta.

* * *

¡Oh, necesaria, deliciosa y detractada siesta! Sabios hora­rios de provincia, que cierran las puertas de los comercios y los talleres; que nos zambullen en un agua de silencio rayado de chicharras, entornando también la puerta del día hasta que llega la tarde, dulce y fresca como sandía recién sacada del pozo, con una boca gruesa y jugosa, abierta en carcajada.
De vez en cuando cae por provincias un "profesor de energía". De esos que han leído a Spencer y a Orison Sweet Marden, y desde luego a Agustín Álvarez, los editoriales de los grandes diarios, las opiniones de los normalistas y el "Reader Digest", y nos abruman con que "time es money", y que na­da se debe dejar para mañana.
Yo los he visto llegar a los países de la siesta, pontificar sobre la molicie de las costumbres y la haraganería criolla, que la siesta simboliza, hasta que la siesta misma, como un hada amable y persuasiva, y un poco maliciosa, los ha ido pau­latinamente conduciendo por los caminos del sentido común. Y he visto también rechazarla porfiadamente, hasta el final in­evitable, que va resbalando de los vasos de whisky y las bote­llas de cerveza de las confiterías y los clubs, a la caña de los mostradores de boliche y la botella de los bebedores solita­rios.
Y no es un descubrimiento mío, pues pertenece a la me­jor literatura imperial, nada menos que a Rudyard Kipling: "Ahora bien, la India es un sitio más lejano que los otros, don­de uno no debe tomar las cosas demasiado en serio, excepto siempre el sol de mediodía. El mucho trabajo y el exceso de energía matan a un hombre tan seguramente como el reunir muchos vicios". (Rudyard Kipling, Cuentos de las colinas). El cuento es el de un alumno modelo de Sandhurts, que gra­duado va a servir en las fronteras de la India, y que como modelo no se allana a las exigencias del clima. Y lo paga.
La India no es Catamarca, ni Santiago del Estero, pero vale la moraleja. Sólo que nuestros "cultos" lo entienden a Kipling, a quien desde luego han leído, pero sólo para la In­dia, y no para lo nuestro. En esto como en todo.
Conocí un "profesor de energía" que, increíblemente, era provinciano.
Viajaba ya a Tucumán en el verano de 1928. Principiaba enero, y el termómetro del coche comedor del tren batía sus mejores marcas.
En La Banda descendió el Coronel De La Zerda, can­didato a gobernador por los radicales antipersonalistas. En el andén una pequeña banda de música, disparos de bombas y el desganado y breve discurso de bienvenida. Después vi salir de la estación el pequeño grupo de partidarios que se alargó en la calle en fila india, pegado a las paredes del norte, como si caminara a pie enjuto por el hilo dentado de su sombra que mellaba la vertical solar. En el andén, levemente som­breado, quedamos solos el jefe de la estación y yo. El corres­pondiente perro pila había vuelto a estirarse bajo el banco, agotado por el esfuerzo de husmearme, y en la punta lejana del andén el auxiliar cachaciento entregaba el aro al maqui­nista.
—"¿Puede ganar el Coronel éste?..." —le pregunté al jefe.
—"Vea, señor" —me contestó después de una pausa—, "Pres­tigio no tiene mucho y menos su partido. ¡Pero el hombre es muy trabajador!".
Y para ratificarlo —después de "tomarse un tiempo" —agre­gó ponderativamente:
—"¡Figúrese que no duerme la siesta!".
Quedamos en silencio los dos. El santiagueño, absorto an­te el fenómeno que acababa de señalar. Yo, rumiando la comprobación sociológica que acababa de hacer: la siesta como expresión del arrastre "bárbaro" de las tradiciones hispano­americanas, y lo que podía significar aquel hombre símbolo, cuando, llegado al gobierno, la desterrara de las costumbres, y ganando horas al tiempo colocara a Santiago del Estero en la ruta de la civilización europea. Pergeñaba "in mente" un ensayo como para las columnas de "La Nación", "La Prensa" o "La Vanguardia", cuando en el momento de volverme en di­rección al tren, oí que el santiagueño —y ya se sabe que el paisano tiene dos tiempos— completaba su pensamiento:
—"La verdad, señor, es que no sé qué gana con estar des­pierto, ¡porque como los demás estamos durmiendo...!".
La dinámica del Coronel De La Zerba me había pertur­bado hasta olvidarme del sol, de la temperatura, y las demás condiciones naturales que rigen la dinámica santiagueña.
Tomaba como buen ejemplo el malo, el que no servía para el caso, pues las leyes del caso están dadas por la natu­raleza, a la que no se puede escapar ni aquí ni en la India, sino por el whisky, la cerveza o la caña, porque el que no se evade de la fresca. Así también los borrachos de sabiduría li­bresca, que copian en lugar de mirar, y no ven, porque no to­dos los que miran ven.
Inútil decir que el Coronel De La Zerda perdió la elec­ción. Y lo que es más importante: las siestas.
Pero ahora sabemos que Winston Churchill dormía la siesta. Adquirió la costumbre en Cuba, en su mocedad. Y pue­de ser que los tilingos comiencen a ponderar sus excelencias. Ellos son así. El tango vino de los salones de París, y ahora la música folklórica les gusta, porque retorna con pase ultra­marino. Es "bian", y los chicos y chicas aprenden la guitarra.
Que sea por mucho tiempo. Amén.
MANUAL DE ZONCERAS ARGENTINAS