15/3/09

La tecnofobia


La "tecnofobia" desde Gutemberg
hasta la Internet

Román Mazzilli

En toda época existió la encarnadura del mal.

Aquello que nos hace "perder humanidad", o por lo menos "la cabeza".

Y no me refiero a las tentaciones de la carne ni a la poca disponibilidad interna de muchos sujetos para recibir la salvación.

No.

Me refiero, sí, a aquellos fenómenos que "sirven" para ver afuera de los individuos razones muy potentes que explican desvios de lo "correcto", alienación y adicciones diversas.

Puntualmente voy a hablar de las tecnologías. De lo que hoy se llaman las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación.

A lo largo de este siglo aparecieron diversos inventos tecnológicos que modificaron radicalmente el mapa cotidiano de la gente: la radio, el cine, la televisión, la computadora y, recién sacada del horno, Internet.

Obviamente que no son tecnologías salidas de la nada y sin historia. Son producto del largo desarrollo de la experiencia cotidiana, de la ciencia y la técnica, que reconoce innumerables hitos de los cuales la creación de la imprenta y el teléfono son solo dos de los más impactantes y relativamente cercanos en el tiempo.

¿Encarnadura del mal la imprenta?...

La pregunta viene bien para empezar, por que hoy en día el libro es un objeto de culto en nuestra sociedad, así como los diarios y revistas en general.

¿Pero que pasó cuando Gutemberg dio a luz las primeras copias de la Biblia desencadenando uno de los fenómenos de multiplicacion mas impresionantes después del de los panes y los peces?

Se alzaron las voces cultas de la sociedad de entonces, los monjes cuidadores del saber y de los libros manuscritos, alegando que la imprenta, la reproducción de los libros, iba a llevar a la humanidad a la perdición.

No estaba la gente preparada para leer, para leer lo que le cayera en las manos sin filtro de los custodios del saber.

En "El nombre de la rosa", el excelente texto de Umberto Eco, el "Libro de la Risa", supuesto tercer tomo de la Poética Aristotélica, era guardado por el Venerable Jorge para que nadie tomase contacto con un texto que negaba las sagradas escrituras, que era portador de otra moral y otra filosofia. Así tambien en la trama de esa novela, los sacerdotes copistas eran asesinados uno a uno por la curiosidad de lectura del libro prohibido. La imprenta vino a patear el tablero de la exclusividad del saber y de su almacenamiento.

Hoy sabemos que fue un arma imprescindible en la lucha por la democratización de la sociedad, empuñado por los sectores progresistas de cada época.

¿Que se dijo del libro en la época de su nacimiento?

Que era un arma del diablo que enfermaba las mentes de las personas, que les cambiaba hasta el color de piel y ensombrecía el semblante -piénsese que se leía a la luz de velas, muchas veces a escondidas-. Además era un objeto que venia a destruir la comunión de la gente que hasta ayer nomás formaba rondas para escuchar las narraciones orales y hoy se aislaba para establecer contacto con un objeto: el libro.

¿Les suena esto?

El sujeto y un objeto...¡horror!. Un evidente ataque al vínculo de las personas perpetrado por un aparato que apareció hace quinientos años y todo indica que tiene para largo aun: la imprenta, y su producto preferido, el libro.

De ahí en más cada nueva tecnología en el campo de las comunicaciones fue recibida no solo con impacto y expectativas. Siempre era, para ciertos circulos ligados al saber, un elemento de engaño para las masas, un peligro que ellos debían detener o al menos denunciar ya que la gente "compraba" acriticamente.

¿Recuerdan las infinitas polémicas acerca de la televisión?

La caja boba, la inductora de violencia para las criaturas, la estupidizadora, la fragmentadora, la manipuladora, etc, etc.

Cada tanto reaparece, aunque sin la fuerza de otrora, en algun articulo de nuestros periódicos, en algun debate... televisivo o en los congresos de los científicos sociales y psicólogos, puestos a custodiar el Libro de la Risa de Aristóteles u Olmedo.

Y aparecieron los "apocalípticos y los integrados", los fanáticos de los medios en sí y los criticos a izquierda y derecha.

En nuestros ámbitos Psi, es casi el "tiro al pichón": la TV empobrece los vinculos, aliena al sujeto, inyecta violencia y sadomasoquismo...

"Yo no veo televisión" era casi un guiño en la década del '70 de un buen número de intelectuales y de gente de ideas.

Y claro, ¿como compartir los gustos con la masa, no?. Algo debía andar mal ahí, claro.

La TV fue un blanco exquisito del ataque de la inteligencia durante más de treinta años hasta que apareció (sonido de clarines, por favor) la computadora.

Otra vez "el mal" encontraba una manera de seguir robando la mente y la voluntad de los niños inocentes e incautos, otro ataque a los vínculos, nuevamente el sujeto, solo, con un objeto.

"¿Que va a pasar con esos chicos que pasan horas jugando solos con los videogames?". "Ya no necesitan de un otro, se volveran autistas", se desesperan los profesionales del divan.

Y los pibes, y no tan pibes, siguen frente a las pantallas como si nada.

Para colmo, como si la computadora y los "jueguitos" fueran poco, aparece Internet, (¿red de redes o rey de reyes?) y ahora si, grandes, chicos, hombres y mujeres, todos solos con la computadora, soñando que se comunican con el mundo mientras venden, sin saberlo quizás, el alma al mismisimo diablo.

Como antes con el libro, podriamos decir ahora que la piel de los que pasan horas navegando en la internet se palidiza, su semblante se oscurece y que pierden horas de sueño y vinculo tecleando solos frente a una pantalla luminosa.

¿El fin de la familia? ¿El fin de la comunicación cara a cara? ¿El fin del amor?. ¿Lo virtual es lo real?

Como ustedes imaginarán, yo tengo algunas respuestas para estos interrogantes. Pero como esta nota se hizo demasiado larga las dejo para la próxima vez, no sin antes dejar picando una hipótesis provocativa:

En la esfera de lo humano, tal vez, nada sea más real que lo virtual.


Isaac Asimov

El indestructible

Algunos de los cambios más espectaculares que hemos presenciado en este siglo tienen que ver con los vehículos para el entretenimiento de los seres humanos. De las pianolas se pasó a los gramófonos; del vodevil al cine; de la radio a la televisión. A las películas se les añadió sonido; a la radio, imágenes; y a ambas, el color. Y nadie duda de que podemos ir más lejos.

Con el láser y la holografía podemos producir imágenes tridimensionales de mayor definición que la que puede ofrecer cualquier fotografía corriente. Las modernas técnicas de grabación en cinta nos permiten editar videocasetes sobre cualquier tema, de modo que el cliente puede reproducir en cualquier momento lo que le apetezca en su propio televisor.

Cada nuevo invento desplaza a los antiguos en la medida en que el público acude a aquella técnica que le da más. El cine mató al vodevil, la televisión al radio y el color al blanco y negro. Las tres dimensiones acabarán sin duda con la bidimensionalidad, y los casetes puede que maten a la televisión de masas. ¿Cuál es la tendencia general? ¿A qué se llegará en último término?

En cierta ocasión asistí a una exhibición de casetes de televisión y me saltó a la vista lo voluminoso y caro que era el equipo auxiliar necesario para decodificar la cinta, llevar el sonido hasta los altavoces y proyectar la imagen sobre la pantalla. No hay duda de que las mejoras vendrán por el lado de la miniaturización y de la mayor complejidad, que es el mismo proceso que en años recientes nos ha proporcionado radios, cámaras, computadores y satélites más pequeños y compactos. Es posible que el equipo auxiliar disminuya de tamaño y desaparezca. La casete se convertirá en un objeto autónomo que contenga la cinta y todos los mecanismos necesarios para producir el sonido y la imagen. La miniaturización hará que aquélla sea cada vez más manejable y ligera, casi hasta poderla llevar bajo el brazo. Y su funcionamiento requerirá también cada vez menos energía, llegando a no consumir prácticamente ninguna.

Una casete ordinaria produce sonidos y proyecta luz, porque ese es precisamente su propósito. Pero ¿por qué invadir la esfera de otras personas ajenas a ellos? La casete ideal sería visible y audible para la persona que la está utilizando, y para nadie más. Las que hoy existen necesitan una serie de mandos: un botón de encendido y apagado y otros para regular el color, el volumen, el brillo, el contraste… La dirección del cambio será hacia una simplificación de los controles. En último término habrá un solo botón…, o ninguno.

Cabría imaginar una casete que estuviese siempre perfectamente ajustada; que empezara a funcionar en cuanto uno la mirara; que se parara en cuanto uno dejara de mirarla; que pudiera avanzar o retroceder deprisa o despacio, a saltos o con repeticiones, a placer del usuario. Qué duda cabe que ése es el aparato de nuestros sueños: una casete que puede contener información sobre infinitos temas; que es autónoma, manejable, parsimoniosa en el consumo de energía, perfectamente privada y sometida en gran medida al control de la voluntad. ¿Será sólo un sueño? ¿Tendremos algún día una casete así? La respuesta es un sí rotundo. No es que la vayamos a tener algún día, es que la tenemos ya; para ser más exactos: existe desde hace siglos. El ideal que he descrito es la palabra impresa: el libro, la revista, un objeto ligero, privado y manipulable a voluntad.

¿Piensa usted que el libro, a diferencia de la casete, no produce sonido e imágenes? Pues se equivoca.

Es imposible leer sin oír las palabras en la mente y sin ver las imágenes que producen. Y con la ventaja de que son sonidos e imágenes propios, no inventados por otros. Las imágenes y el sonido que ofrecen todos los demás medios de entretenimiento son “congelados”, y tienen un nivel de detalle que mejora con el avance de la tecnología. El resultado es que los medios exigen cada vez menos del usuario. Incluso se insertan cuñas musicales y risas pregrabadas para felicitar determinadas emociones en el cliente sin esfuerzo de su parte. La persona a quien le cuesta leer (y a la mayoría le cuesta) recurrirá a estos productos “congelados”, y seguirá siendo un espectador pasivo.

La palabra impresa, por el contrario, presenta un mínimo de información. Todo lo demás tiene que ponerlo el lector: la entonación de las palabras, la expresión de los rostros, la acción y el escenario han de ser extraídos de estas sartas de símbolos en blanco y negro. El libro es una empresa compartida entre el escritor y el lector, como ninguna otra forma de comunicación puede serlo.

Si usted pertenece a esa pequeña y afortunada minoría para quienes la lectura es fácil y agradable, el libro, en cualquiera de sus manifestaciones, le será irreemplazable e indestructible, porque exige participación. Por agradable que sea el papel de espectador, participar siempre es mejor.



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