12/3/09

Enrique Anderson Imbert

"Casete" de Enrique Anderson Imbert


Año: 2132. Lugar: aula de cibernética. Personaje: un niño de nueve años.

Se llama Blas. Por el potencial de su genotipo el gobierno lo ha escogido para la clase Alfa. O sea, que cuando crezca pasará a integrar ese medio por ciento de la población mundial que se encarga del progreso. Entretanto, lo educan con rigor. La educación, en los primeros grados, se limita al presente: que Blas comprenda el método de la ciencia y se familiarice con el uso de los aparatos de comunicación. Después, en los grados intermedios, será una educación para el futuro: que descubra, que invente. La educación en el conocimiento del pasado todavía no es materia para su clase Alfa: a lo más, le cuentan una que otra anécdota en la historia de la tecnología.

Está en penitencia. Su tutor lo ha encerrado para que no se distraiga y termine el deber de una vez.

Blas sigue con la vista una nube que pasa. Ha aparecido por la derecha de la ventana y muy airosa se dirige hacia la izquierda. Quizás es la misma nube que otro niño, antes que él naciera, siguió con la vista en una mañana como ésta y al seguirla pensaba en un niño que en otra vida... Y la nube ha desaparecido.

Ganas de estudiar, Blas no tiene. Abre su cartera y saca, no el dispositivo calculador, sino un juguete. Es una casete. Empieza a ver una aventura de cosmonautas. Cambia y se pone a oír un concierto de música estocástica.

Mientras ve y oye, la imaginación se le escapa hacia aquellas gentes primitivas del siglo XX a las que justamente ayer se refirió el tutor en un momento de distracción.

¡Cómo se habrán aburrido, sin esta casete!

Allá, en los comienzos de la revolución tecnológica -había comentado el tutor- los pasatiempos se sucedían como lentos caracoles. Un pasatiempo cada cincuenta años: de la pianola a la grabadora, de la radio a la televisión, del cine mudo y monocromo al cine parlante y policromo”

¡Pobres! Sin esta casete ¡cómo se habrán aburrido!

Blas, en su vertiginoso siglo XXII, tiene a su alcance miles de entretenimientos. Su vida no transcurre en una ciudad sino en el centro del universo. La casete admite los más remotos sonidos e imágenes; transmite noticias desde satélites que viajan por el sistema solar; emite cuerpos en relieve; permite que él converse, viéndose las caras, con un colono de Marte; remite sus preguntas a una máquina computadora cuya memoria almacena datos fonéticamente articulados y él oye las respuestas.

(Voces, voces, voces, nada más que voces pues en el año 2132 el lenguaje es únicamente oral: las informaciones importantes se difunden mediante fotografías, diagramas, guiños eléctricos, signos matemáticos.)

En vez de terminar el deber Blas juega con la casete. Es un paralelepípedo de 20 x 12 x 3 centímetros que, no obstante su pequeñez, le ofrece un variadísimo repertorio de diversiones.

Si, pero él se aburre. Esas diversiones ya están programadas. Un gobierno de tecnócratas resuelve qué es lo que debe ver y oír. Blas da vueltas a la casete entre las manos. La encierra, la apaga, ¡Ah, podrán presentarle cosas para que él piense sobre ellas pero no obligarlo a que piense así o asá!

Ahora, por la derecha de la ventana, reaparece la nube. No es nube: es él, él mismo que anda por el aire. En todo caso, es alguien como él, exactamente como él. De pronto a Blas se le iluminan los ojos:

-¿No sería posible -se dice- mejorar esta casete, hacerla más simple, más cómoda, más personal, más intima, más libre, sobre todo más libre?

Una casete también portátil, pero que no dependa de ninguna energía microeléctrica que funcione sin necesidad de oprimir botones; que se encienda apenas se la toque con la mirada y se apague en cuanto se le quite la vista de encima; que permita seleccionar cualquier tema y seguir su desarrollo hacia adelante, hacia atrás, repitiendo un pasaje agradable o saltándose uno fastidioso. Todo esto sin molestar a nadie, aunque se esté rodeado de muchas personas, pues nadie, sino quien use tal casete, podría participar en la fiesta. Tan perfecta sería esta casete que operaría directamente dentro de la mente. Si reprodujera, por ejemplo, la conversación entre una mujer de la Tierra y el piloto de un navío sideral que acaba de llegar de la nebulosa Andrómeda, tal casete la proyectaría en una pantalla de nervios. La cabeza se llenaría de seres vivos. Entonces uno percibiría la entonación de cada voz, la intención de cada signo. Porque, claro, también habría que inventar un código de signos. No como esos de la matemática sino signos que transcriban vocablos: palabras impresas en láminas cosidas en un volumen manual. Se obtendría así una portentosa colaboración entre un artista solitario que crea formas simbólicas y otro artista solitario que las recrea... -¡Esto sí que será una despampanante novedad! -exclama el niño-. El tutor me va a preguntar: “¿Terminaste ya tu deber?” “No, le voy a contestar. Y cuando, rabioso por mi desparpajo, se disponga a castigarme otra vez ¡zás! lo dejo con la boca abierta: “¡Señor, mire en cambio qué proyectazo le traigo!”...

(Blas nunca ha oído hablar de su tocayo el francés Blas Pascal, a quien el padre encerró para que no se distrajera con las ciencias y estudiase lenguas. Blas no sabe que así como en 1632 aquel otro Blas de nueve años, dibujando con tiza en la pared, reinventó la Geometría de Euclides, él, en 2132, acabo de reinventar el Libro.)


6/3/09

Mario Benedetti

NO TE SALVES

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma

no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios

no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana

y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo

Casciari

El celular de Hansel y Gretel

por Hernán Casciari

Anoche le contaba a mi hijita Nina un cuento infantil muy famoso, el de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm.

En el momento más tenebroso de la aventura, los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa.

Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer.

Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: 'No importa. Que lo llamen al papá por el celular'.

Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.

¿Ya está?

Muy bien. Ahora ponga un celular en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.

¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un carajo?

La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las viejas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.

Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.

Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.

Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.

Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.

Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.

Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.

Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.

Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler).

Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:

M HGO LA MUERTA,

PERO NO STOY MUERTA.

NO T PRCUPES NI

HGAS IDIOTCES. BSO.

Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' de Movistar.

Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien años sin conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano@goodmornig) pero a nadie le funciona el Messenger.

La famosa novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.

Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura', la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.

En la obra 'El jotapegé de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.

La bruja del clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.

También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.

Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.

Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa.

La telefonía inalámbrica -vino a decirme anoche la Nina, sin querer- nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.

Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?

No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador. ¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo un mensaje binario, una alarma.

Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.

Nuestras tramas están perdiendo el brillo -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido en héroes perezosos.



26/2/09

Carlos D. Pérez


18 FEB 09 | Contra la “trituración” de la palabra
Vivir sin hamburguesarse

Para el autor, “en paralelo con las tecnociencias, las palabras entran en trituradoras donde previamente a su descomposición son compactadas”.


Página 12

Por Carlos D. Pérez *

Reunión de aniversario en un hotel. En un momento, uno de los asistentes dice “83” y todos ríen, otro retruca: “122”; la risa aumenta, un tercero intercede: “24” y las carcajadas se extienden por todo el salón. Sin entender, un mozo recién incorporado al servicio le pregunta a otro: “¿Qué le pasa a esta gente? ¿Están todos locos que los números les hacen reír?”. El otro responde: “No te preocupes, es la reunión anual de los humoristas, tienen los chistes numerados y no necesitan contarlos”. El efecto chistoso consiste en que tenga gracia lo que en circunstancias habituales no podría tenerla, la circulación de palabras y su juego de equívocos es capaz de producir lo que nos distingue del resto de la escala zoológica: la risa.

¿Qué sucedería en un mundo carente de los hallazgos de la palabra, de sus equívocos, de metáforas o malentendidos? O sin el condicional: ¿qué sucede en un mundo donde por afán de certeza abandonamos este preciado don? Hace tiempo viene expandiéndose una supresión que impone lo que resulta difícil calificar de “palabras”, porque se trata de expresiones contraídas, muñones de palabras y siglas. Hoy estamos habituados, o casi, dado el arrollo tecnológico –sí, arrollo antes que desarrollo–. Hasta no hace mucho –aunque con la aceleración que sufre el tiempo posmoderno parezca enormidad–, escribíamos cartas; algunos epistolarios son verdaderos ejemplos de logros en el empleo de la palabra, no tenemos más que abrir un libro de correspondencias de Freud para admirar su impecable estilo, el modo en que la inmediatez de la escritura puede palparse, asistida con hallazgos de enorme frescura. Poco de esto sucede actualmente; en paralelo con las tecnociencias, las palabras entran en trituradoras donde previamente a su descomposición son compactadas y pierden el aire de las vocales pronunciadas con la boca abierta; como barrios cerrados, las bocas se cierran sin distinción de clases en el acto de guarecerse ante cualquier apertura coloquial. Un “escuchame, boludo” podría ser admitido si el calificativo lo justifica, como alguna vez le escuché a un amigo decir de otro: “Ese es tan pelotudo que se pisa las bolas y le echa la culpa a los zapatos”. No, no se trata de este tipo de ocurrencias ingeniosas, sino del “boludo” usado como muletilla a cada momento, devenido en “bolú”, y éste en una especie de “blú” donde la “u” no es una vocal abierta, sino la jaculatoria de un vómito que expele palabras trituradas.

Al respecto tengo una hipótesis que de tan descabellada puede resultar cierta: la compactadora de palabras, ampliamente difundida, escupe siglas que son moneda corriente, dvd, cd, mp3, rápidamente sustituido por el mp4, porque los números ganan el lugar de las vocales, como el infausto 11-S y luego el 11-M. Los bancos dejan de ser “el Nación”, “el Provincia”, éste ya convertido en bp, sus competidores obligan a considerarlos serialmente siglados: el BBVA, el HSBC, la BNL, que se fue del país sin mucha seriedad. A nuestra presidente suelen escribirla CFK, quizá remedando a JFK, ella y su marido son del PJ –no justicialista sino pejotista para los acólitos– o del FPV, aún no lo sabemos, pero esto es harina de otro costal. Rápidamente, la contra apeló a las redondeces –propias de su líder– del CC –o CCC, no me acuerdo– y está el PRO, que mantiene el resabio de esa “O” para la “gente como uno”, que una cosa es ser pro y otra progresista, ya llegarán al PR, aunque tal vez no lo hagan para no confundirse con el PRT, PTS, MST, porque la tendencia se cultiva a derecha e izquierda del arco político... y al otro lado el G-7, el BM, el FMI. PFA está inscripto, con grandes caracteres, en las pecheras de la federal, remedando la versión yanqui de los SWAT o cosa por el estilo. En una salida a la calle anoté al pasar: MBA, UP, elf, YSL, KR, hp, JVC, RPLM, CTI, ADT, STK, ch, AND1, W80, DHD, NS, un a+BA que desafía al desciframiento, el t/quma/el/bcho de la campaña contra las drogas y tantos otros; a veces, las menos, las letras coronan, magnificadas, la denominación de origen, otras son sólo siglas esparciendo información codificada. Cuando llegué a mi casa me enteré de que un vecino había sufrido un acv, y, ya que estamos en el plano médico, ni qué decir del DSM-IV abarrotado de psiquiátricas subespecies, entre las que me causa gracia el TOC para los trastornos obsesivo-compulsivos, imagino a estos sujetos dándose con la cabeza contra la pared, produciendo esa onomatopeya en un globo que sale de sus cabezas. Si uno ve televisión, quizá tenga CV, podrá ver al desaforado cqc, TVR, las películas de HBO, las noticias en C5N, CNN, TN; ESPN, TyC para el fútbol y tantos otros que escapan a este somero recuento. ¿Alguien recordará, me pregunto, que Boris, Garfunkel e hijos son lo referido por BGH? Hace años, los locutores de radio no dejaban de mencionarlo, ahora nos quedaron, como de tantos otros, las siglas que hurtando nombres y apellidos dejaron, como el guante de Fantomas, una cifra.

Encuentro una confluencia en la que se mezclan regueros de siglas con el decir compactado, triturado, en muñonada forma de trasmitir información. ¿Qué esto no es de ahora, que empezó hace años? No lo dudo, se inició de manera solapada, sin que advirtiéramos hacia dónde íbamos o, mejor dicho, adónde estábamos llegando; hace años que los yanquis anudan de este modo su lengua. Recuerdo cuando hace unos quince años estaba por viajar a USA y decidí tomar clases para adecentar mi torpe inglés. Luego de enterarse de mi interés por cultivar la lengua de Shakespeare, la profesora me preguntó para qué quería hacerlo y al enterarse me advirtió que una cosa es hablar inglés y otra comunicarse en NY, el de I?NY. Así fue, a pesar del entrenamiento donde en dura batalla yo quería leer a escritores estadounidenses y ella iniciarme en giros idiomáticos que, sospecho, también a la buena señora se le escapaban, que viajé. Todavía recuerdo mi asombro cuando mi hijo, que nos acompañaba, mantenía una fluida comunicación con el taxista que nos llevaba desde el aeropuerto JFK a Manhattan, dado que su inglés era tan precario como el que se aprendía en una escuela estatal. Preguntado por mí al bajar en la puerta del hotel, me dijo que habían hablado de la NBA, los unía la televisión. En los días siguientes mi hijo nos orientó, a mi mujer y a mí, acerca de lo que esa gente pronunciaba mascando chicle con la boca semicerrada. Tengo la fuerte sospecha de que en el caldo de cultivo neoyorquino crecieron los organismos que no sólo contaminaron la comida convirtiéndola en chatarra, sino que también potenciaron un hablar hamburguesado, que para un sociólogo puede resultar digno de estudio y para mí es motivo de consternación.

A su vez, lo escrito en el teclado de la computadora llega instantáneamente al destinatario durante un “chateo” o en los mensajes electrónicos incitando, nuevamente la cuestión, a una escritura compactada; no sé qué le pasará al lector si acostumbra a hacerlo, pero más de una vez un interlocutor se ha reído de mí porque en mis mensajes, sin descuidar la sintaxis o la puntuación, sorteo la picadora de palabras que escupe hamburguesas. Ni qué decir de los difundidos “mensajes de texto” con los teléfonos celulares, a tal punto difundidos que no nos sorprende la gente entregada a esta práctica en viajes en subte, en los colectivos o en la calle. Pensemos en la absurda diferencia entre teclear “lnche spso ntma compq plza” y el lorquiano “la noche se puso íntima como una pequeña plaza”. Obviamente, es más que difícil que alguien se atreva a la poesía con muñones de palabras.

A este cuadro de situación debemos agregar el uso de auriculares que difunden música tecno programada maquinalmente, que por carecer del pulso que produce la ejecución de un músico no son más que sonidos machacones; el oído no tiene párpados ni labios, pero puede ser cancelado por las reverberantes prensadoras de sonido. Así como se tiende a compactar las palabras quitándoles el aire vocalizado, se tiende a impedirle al oído espacios de silencio, y si la música es arte de escuchar el silencio gracias a cadencias, ritmo, swing, puede inferirse que hay una tendencia en pos de anular la música. Fui columnista de “música negra” en un programa radial dedicado a la actualidad. En el transcurso de una emisión pasé el clásico “Basin Street Blues”, grabado por Miles Davis en 1963; después de la versión de Louis Armstrong con los Hot Five del 28 donde una vez más, como con todo en esa época, rompió los moldes, parecía inútil atreverse al tema pero no, Miles lo hizo puliéndolo con su sordina Harmon, a veces demorándose en una nota iterativa que colgaba el ritmo del espacio, dando permanentemente la sensación de saludar, esquivo, desde otra orilla, apretando, acariciando, los dedos en los pistones del instrumento, la carne dura del viejo blues. ¿Cómo podía ser? Dejo que responda Arnold Schönberg, que de esto sabía: “Nunca un arte nuevo tuvo por intención y efecto desposeer o destruir lo viejo, su antecedente. Al contrario: nadie ama a sus antepasados más profunda, más entrañable y más respetuosamente que el artista que realmente trae algo nuevo, porque veneración es reconocimiento de su rango, y el amor, solidaridad”. Es preciso subrayarlo porque se confunde respeto con obsecuencia y lo nuevo con tirar la herencia por la ventana. Al rato de pasado el “Basin Street Bues”, un oyente envió un mensaje donde decía, sorprendido, que esta música no se escucha en radio. “Sí, en ésta”, respondió el conductor para mi orgullo. Nada como la trompeta de Miles para sumergirnos en elocuentes silencios al contar una historia. De este desafío se trata, en la radio, en la vida, de una herencia que hundida en sus raíces produzca lo inédito en tiempo de despertar.

En síntesis: llevados por el afán de “estar al día”, informados –no en vano un término de moda es “informática”–, los tiempos del reloj se han ido acelerando, desechando lo inútil como un lastre (una trompeta que se demora en ritmos de una nota, una plaza que se pone íntima son modos del goce, por lo tanto inútiles). Si la aceleración sugiere que llegaremos con rapidez a un destino, ya estamos en el tiempo de la llegada automática; ante la pantalla de la computadora nos sentimos de inmediato donde sea, gracias a Internet, el chateo o los mensajes electrónicos, con información al instante (decir “instante” ya es un viejazo) de listas de supermercado y la posibilidad de compra automática, con lugares del mundo donde habitan quienes con sólo apretar enter estarán comunicados, monitores mediante, etc., etc. Hemos alcanzado el no tener que desplazarnos para llegar a todas partes. Admirada, la mayoría lo festeja, pero también estamos quienes sabemos que todas es ninguna.


Tu palabra

“Di tu palabra y rómpete”, escribió Nietzsche. A cambio de ello, las trituradoras rompen las palabras con necia entereza. Se me ocurren aplicables a este momento las siguientes palabras de Juan Gelman: “Hay que aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque es seguro que habrá más penas y olvido”. Una forma de resistencia es permanecer marginal contra la expansión de la información actualizada, porque el informarnos se disfraza de acto, y cerrándonos la boca nos incita a mascar palabras como chicles. ¿En qué consiste “estar informados” más allá de la obviedad de alimentarse con datos como quien devora un Big Burger? Daré un ejemplo: en el transcurso de una conversación entre colegas, en un momento se discute acerca del modo en que Freud emplea el concepto “represión”. Con la intención de aclarar las cosas, alguien del grupo enciende su computadora portátil, consulta un “buscador” de Internet y poco después nos informa de las veces que el inventor del psicoanálisis menciona la palabra. El dato resulta inobjetable, salvo que la tarea de buscar quedó a cargo de la cibernética, cuando se trata de comprender el modo en que la pregunta de Freud por lo inconsciente modeló ese concepto; si alguien pretende estar al tanto del tema debe emprender su propio itinerario, ubicando el contexto y no sólo las páginas de los textos donde la mentada palabra aparece; también está comprometido a revisar su modo de ser psicoanalista para saber qué dice cuando dice “represión”. La difundida “información” saltea estas cuestiones fundamentales, de modo aparentemente acorde a la aseveración de Pica- sso: “Yo no busco, encuentro”, pero no se advierte que para que Picasso encuentre debieron mediar innumerables búsquedas, las más de las veces ignoradas, a tal punto que reformulo la frase, entendiendo que pudo haberla dicho del siguiente modo: “Sin ser consciente de qué busco, me es dado encontrar”. Porque a la manera de un sueño, nadie está originalmente al tanto de su busca y, sin embargo, no bien dormimos se enciende un hallazgo; el trabajo del sueño, ajeno a la conciencia, ha tejido sus redes desde tiempos remotos para posibilitar el encuentro de la escena onírica.

La información dispuesta al alcance del teclado de la computadora, en su engañoso modo de entregar respuestas, trabaja a favor de la represión que bloquea las incógnitas, el enorme despliegue del que son capaces las preguntas en libertad de acción. En 1911, Karl Kraus publicó en su periódico Die Fackel –La Antorcha– un artículo burlándose del “pequeño Brockhaus”, famoso diccionario enciclopédico alemán que aún hoy es obra de consulta, al que promocionaban de este modo: “Su puesto está junto a cada hombre laborioso que quiere estar al tanto de los desarrollos de su profesión y no conoce expresión más vergonzosa que la confesión ‘Eso no lo sé’”. A propósito de esto, Kraus preguntaba: “Entre oficina y periódico, ¿no se mezclan todos en un tipo singular, que trata de dar con información porque no quiere dejarse engañar, y engaña porque puede darte con ella?”. Para luego agregar: “Me avergüenza soñar desde que he leído esa frase. Pues ahora ellos ya empiezan a saber cómo hay que soñar. Y se acabaron las brumas y las noches, los velos y las sombras. Y me avergüenza morir desde que he leído esa frase. Pues algún viajero que no quiera dejarse engañar se inclinará sobre mí y me abrirá a la fuerza los ojos”.

En la década del cincuenta, Claude Lévi-Strauss escribió en Tristes trópicos: “Ya no hay nada que hacer: la civilización no es más esa flor frágil que preservábamos, que hacíamos crecer con gran cuidado en algunos rincones abigarrados de un terruño rico en especies rústicas, sin duda amenazadoras por su lozanía, pero que permitían variar y vigorizar el plantel. La humanidad se instala en el monocultivo; se dispone a producir la civilización en masa, como la remolacha. Su comida diaria sólo se compondrá de este plato”. No sospechaba que en vez de remolacha serían hamburguesas. Si hace un tiempo la cuestión era resistir, combatir el aburguesamiento, hoy se trata de no hamburguesarse. Como cierta vez dijo un poeta: “La metáfora, bien vale luchar por ella”. Contra la picadora de espacios, de elocuencias, de silencios, de palabras, de largas búsquedas e infrecuentes encuentros, que a cambio nos sirve posmodernas hamburguesas. No en vano una cadena de comida chatarra lleva por nombre “Burger King”, que puede leerse no sólo como alusión al rey de la hamburguesa, sino que Burger es King.

* Psicoanalista
Fragmento del libro Tiempo de despertar (ed. Planeta).

12/2/09

Mark Twain

SOBRE LA DECADENCIA DEL ARTE DE MENTIR

Ensayo para ser leído y discutido en reunión del club de historiadores y anticuarios de Hartford, propuesto para el premio de treinta dólares#. Ahora publicado por primera vez.



OBSERVEN BIEN, NO PRETENDO insinuar que la costumbre de mentir haya sufrido decadencia o interrupción algunas... no. Y es que la mentira, en tanto virtud y principio, es eterna; la mentira en tanto recreación, respiro y refugio en tiempos de necesidad, la Cuarta Gracia, la Décima Musa, la mejor y más segura amiga del hombre, es inmortal, y no desaparecerá de la faz de la tierra mientras exista este club.
Mi queja se refiere sólo a la decadencia del arte de mentir. Ningún hombre de principios, ninguna persona en sus cabales, puede ser testigo de la forma de mentir torpe y descuidada de la época presente, sin dolerse de ver tan noble arte así prostituido. En presencia de tan nutrido grupo de veteranos, naturalmente abordo el tema de manera tentativa; soy como una solterona tratando de enseñar puericultura a quienes han sido madres por milenios. No me quedaría bien criticarlos a ustedes, caballeros, pues todos son mayores que yo —y superiores a mí en este asunto— y, por ende, si de vez en cuando parezco hacerlo, confíen en que, en la mayor parte de los casos, lo hago con espíritu de admiración más que por buscarles los defectos. Es más, si ésta, la más bella de las bellas artes, hubiera recibido en otras partes la atención, el aliento, la práctica consciente y el desarrollo que ha recibido en el presente club, no necesitaría yo pronunciar este lamento o derra mar lágrima alguna. No lo digo para adularlos: lo digo en un espíritu de reconocimiento y aprecia ción justos.
(En este punto había tenido la intención de mencionar nombres y dar ilustraciones de especímenes precisos, pero los indicios observables a mi alrededor me aconsejaron evitar los detalles y ceñirme a las generalidades.)
No existe hecho más firmemente establecido que el de considerar la mentira como una nece sidad de nuestras circunstancias…por tanto, la deducción de que es una virtud, por sabida se ca lla. Ninguna virtud puede llegar a su máximo esplendor sin ser cuidadosa y diligentemente cultivada...; por ende, se cae de su peso que ésta debería enseñarse en las escuelas públicas, al ca lor del hogar, y hasta en los periódicos. ¿Qué posibilidades tiene un mentiroso ignorante y poco cultivado al lado de un experto educado? ¿Qué posibilidades tengo yo con Mr. Pe.... un abogado? Mentiras juiciosas es lo que el mundo necesita. A veces pienso que sería aún mejor y más seguro no mentir en absoluto, que hacerlo con falta de juicio. Una mentira torpe y poco científica suele ser tan poco efectiva como la verdad.
Veamos ahora qué opinan los filósofos. Observen este venerable proverbio: "Los niños y los tontos siempre dicen la verdad". La deducción es obvia: "Los adultos y los sabios nunca la dicen". Parkman, el historiador, comenta: "El principio de la verdad se puede llevar hasta el absurdo". En otro lugar del mismo capítulo escribe: "Es viejo el dicho de que no se debe decir la verdad todas las veces, y aquéllos cuya conciencia enferma los preocupa y los lleva a la violación habitual de la máxima son imbéciles y latosos". Las palabras son fuertes, pero verdaderas. Nadie podría vivir con alguien que todo el tiempo ande diciendo la verdad; pero, gracias a Dios, nadie tiene que hacerlo. Alguien que a toda hora dice la verdad es simple y llanamente un ser imposible e inexistente; jamás ha existido.
Claro que hay quienes piensan que jamás mienten: pero se equivocan... y esta ignorancia es uno de los aspectos que nos hacen sentir vergüenza de nuestra mal llamada civilización. Todo el mun do miente, todos los días, a toda hora; despierto, dormido, en los sueños, en medio de la dicha, en su hora de dolor; aunque no mueva la lengua, ni las manos, ni los pies, ni los ojos, con la actitud expresa el engaño... y lo hace ex profeso. Aun en los sermones... pero basta ya de la cantinela.
En un país distante, donde viví hace tiempos, las mujeres solían salir a hacer visitas con el pre texto humanitario y noble de quererse ver, y cuando regresaban a sus casas exclamaban con voz de contento:
—Hicimos dieciséis visitas y he aquí que catorce personas habían salido.
Con ello no querían decir que les había parecido malo que las catorce hubieran salido; no, ésta era sólo una manera de querer decir que no estaban en casa... y su modo de decirlo expresaba lo mucho que les había gustado el hecho. Ahora bien, su pretensión de querer ver a las catorce —y a las otras dos con las que habían tenido menos suerte— es la forma de mentira más común y más suave, que se ha descrito muchas veces como desviación de la verdad. ¿Fue justificable? Claro que sí: fue hermosa y fue noble, pues su objetivo no fue obtener beneficios propios sino procurar un placer a las dieciséis personas.
El traficante de verdades empedernido manifestaría con franqueza que no quería ver a esas personas... y sería un burro, pues infligiría un dolor del todo innecesario. Y, además, esas mu jeres de aquel lejano país... pero, no importa, tenían miles de agradables maneras de mentir, producto de sus impulsos nobles, que daban crédito a su inteligencia y honor a sus corazones. Qué importan los detalles.
Los hombres de aquel lejano país eran, sin excepción, mentirosos. Hasta su saludo era una mentira, porque a ellos no les importaba cómo estuviera uno, a no ser que fueran empresarios de pompas fúnebres. Al preguntón normal le daban una respuesta mentirosa también, pues uno no hace un diagnóstico concienzudo de su estado sino que contesta al azar, y por lo general se equi vocaba de cabo a rabo. Le mentían al empresario de pompas fúnebres, diciéndole que la salud les estaba flaqueando... mentira totalmente loable, pues no cuesta nada y complace al otro. Si un ex traño lo visitaba a uno y lo interrumpía, con los labios uno pronunciaba un caluroso: "Encantado de verte" y con el corazón, un más caluroso: "Ojalá estuvieras con los caníbales y fuera hora de la cena". Cuando se iba alguien, se decía con lástima: "¿Ya te tienes que ir?", seguido por un 'Volvemos a hablar", pero no se hacía ningún daño con ello, porque no se engañaba a nadie ni se infligía lesión alguna, mientras la verdad los habría hecho desgraciados a los dos.
Me parece que esta forma cortés de mentir es un arte amable y fascinante, que debe cultivarse. La perfección más elevada de la cortesía no es más que un hermoso edificio, construido, desde la base hasta el techo, con las modalidades doradas y graciosas del embuste altruista y caritativo.
Lo que me parece execrable es la incidencia, cada vez mayor, de verdades brutales. Hagamos lo que esté en nuestras manos para erradicarlas. Una verdad injuriosa no vale más que una men tira injuriosa. Ninguna debe ser enunciada jamás. El hombre que dice una verdad injuriosa por miedo a que no se salve su alma si hace lo contrario, debería pensar que esa clase de alma estrictamente hablando no vale la pena salvarse. El hombre que dice una mentira para sacar a un pobre diablo de un lío, es aquel del que los ángeles sin duda dicen: "Loor, he ahí un alma heroica que pone en peligro su propio bienestar para socorrer al vecino; exaltemos a este mentiroso que muestra tanta magnanimidad".
Una mentira injuriosa no es digna de encomio; así como, y también en el mismo grado, no lo es una verdad injuriosa… hecho reconocido por la ley del libelo.
Entre otras mentiras comunes tenemos la silenciosa: el engaño que se hace simplemente quedándonos callados y ocultando la verdad. Muchos defensores a ultranza de la verdad caen en tal defecto, al imaginarse que no están siendo mentirosos si no dicen expresamente una mentira. En aquel país lejano donde alguna vez residí, existía una persona encantadora, una dama cuyos impulsos eran siempre elevados y puros, y cuyo carácter les hacía honor. Un día que estaba comiendo allí, comenté, de modo general, que todos mentimos. Ella se sorprendió y dijo:
—No todos.
Como esto sucedía en tiempos posteriores al Pinafore, no respondí lo que naturalmente haría, sino que dije con franqueza:
—Sí, todos… todos somos mentirosos; no hay excepciones.
Aparentando estar muy ofendida, dijo:
— ¿Me incluyes también a mí?
—Ciertamente --dije—, creo que tú hasta clasificas como experta.
Entonces respondió;
—¡Cállate! ¡Los niños! —de modo que cambiamos el tema en consideración a la presencia de los infantes, y seguirnos hablando de otras cosas. Pero tan pronto se retiraron éstos, la dama muy entusiasmada volvió al tema y dijo:
—Tengo por regla de vida nunca decir una mentira, y jamás me he apartado de ella ni en un solo caso.
Yo le contesté:
—No quiero herirla o faltarle al respeto de ninguna manera, pero es imposible haber dicho más mentiras que las suyas desde que ha estado aquí. Y me ha ocasionado mucho dolor, porque yo no estoy acostumbrado a eso.
Ella me pidió un ejemplo… sólo uno. Entonces dije:
—Bien, aquí tiene el duplicado vacío de un formulario que el hospital de Oakland le envió con una enfermera que vino aquí a cuidar a su sobrinito en su grave enfermedad. En este formulario hacen toda clase de preguntas relacionadas con la conducta de la enfermera: ¿Se durmió alguna vez en su vigilia? ¿Alguna vez olvidó dar la droga?, etc. Le advierten que sea muy cuidadosa y explícita en sus respuestas, porque la buena marcha del servicio depende de que las enfermeras sean multadas o se las castigue por las faltas come tidas. Usted me contó que estaba fascinada con esa enfermera, pues tenía mil cualidades y un solo defecto: que no podía confiarse en que arropara a Johnny lo suficiente mientras él esperaba en el aire frío a que ella le tendiera la cama caliente. Usted llenó el duplicado de este papel y lo envió al hospital por conducto de la enfermera. Cómo respondió usted a la pregunta "¿Fue culpable alguna vez la enfermera de un acto de negligencia que pudiera dar como resultado que el paciente se resfriara?". Vamos, aquí en California..., todo se decide con una apuesta: diez dólares contra diez centavos a que usted mintió cuando contestó esa pregunta.
—¡No la contesté; la dejé en blanco! —dijo ella.
—Eso mismo… usted dijo una mentira silenciosa; dejó que se infiriera que no había encontrado ningún defecto en ese punto.
-¿Oh, era eso una mentira? ¿Y para qué mencionar su único defecto siendo ella tan buena...? Habría sido cruel —dijo ella.
Contesté:
—Uno siempre debe mentir cuando puede hacer un bien con la mentira, y su impulso fue co rrecto, pero su juicio pobre; esto es el producto de una práctica poco inteligente. Ahora observe el resultado de esta desviación inexperta suya. Usted sabe que Willie, el hijo de Mr. Jones, está gravísimo, pues padece de fiebre escarlata. Resulta que su recomendación fue tan entusiasta que esa muchacha está allá cuidándolo, y sus familiares, que estaban exhaustos, se confiaron y se quedaron profundamente dormidos las últimas catorce horas, dejando a su hijo querido con plena confianza en esas manos fatales, porque usted, al igual que el joven George Washington, tiene reputación de... sin embargo, si usted no tiene mejor programa, mañana vengo para que asistamos juntos al entierro, porque, claro está, supongo que usted sentirá un peculiar interés en el caso de Willie...; un interés personal, de hecho, como la persona que lo llevó a la tumba.
Pero todo eso se perdió. Antes de que yo llegara a la mitad de lo que iba a decir, la mujer se montó en un coche y a treinta millas por hora se embocó hacia la mansión de los Jones para salvar lo que quedara de Willie y relatar cuanto sabía de la enfermera fatal. Todo lo cual era innecesario, pues Willie no estaba enfermo; yo había mentido. Pero en todo caso, ese mismo día envió unas palabras al hospital para llenar el espacio vacío que había dejado sin contestar, y estableció los hechos, además, de la manera más franca y directa.
Bien; como ustedes pueden ver, el problema de esta mujer no estaba en que mintiera, sino en que no lo hiciera de manera juiciosa. En ese caso debió haber contado la verdad, y haberle compensado a la enfermera con una alabanza fraudulenta más adelante. Podría haber dicho: "En un aspecto, la enfermera es el non plus ultra de la perfección: cuando está de guardia, jamás ron ca". Casi cualquier mentirilla agradable le habría sacado el veneno a esa complicada pero necesa ria formulación de la verdad.
La mentira es universal.., todos mentimos; todos tenemos que hacerlo. Por tanto, lo sabio es educarnos con diligencia a fin de mentir de manera juiciosa y considerada; a fin de mentir con un buen propósito y no con uno pérfido; a fin de men tir para ventaja de los demás y no para la nuestra; a fin de que nuestras mentiras sean aliviadoras, caritativas y humanitarias, y no crueles, letales o maliciosas; a fin de mentir de manera agradable y graciosa, no torpe y tonta; a fin de mentir con fir meza, franqueza y desfachatez, con la cabeza en alto, sin vacilaciones ni torturas, sin actitudes pu silánimes, como si nos avergonzara el gran deber que tenemos de hacerlo. Sólo así nos desharemos de la verdad hedionda y pestilente que está corroyendo la tierra; sólo así seremos valiosos, buenos y bellos, moradores meritorios de un mundo en el que incluso la naturaleza benigna suele mentir, excepto cuando promete mal tiempo. Sólo entonces..., pero no soy más que un pobre estudiante nuevo de este arte gracioso, y no soy nadie para instruir a este club.
Hablando en serio, creo que es imprescindible examinar con inteligencia qué tipos de mentiras son las mejores y más saludables, dado que todos tenemos que mentir y que todos mentimos; y qué tipo de mentira es mejor evitar. Considero que esto es algo que con toda confianza puedo poner en las manos de este club de expertos, una enti dad madura, a la que puede ponérsele el epíteto a este respecto, y sin adulación inmerecida, de "Maestra Emérita".

* No acepté el premio.

Shakespeare

Amor verdadero (Una traducción)
William Shakespeare


No, no aparta a dos almas
amadoras
adverso caso ni crüel porfía:
nunca mengua el amor ni se desvía,
y es uno y sin mudanza a todas horas.


Es fanal que borrascas
bramadoras
con inmóviles rayos desafía;
estrella fija que los barcos guía;
mides su altura, mas su esencia ignoras.


Amor no sigue la fugaz
corriente
de la edad, que deshace los colores
de los floridos labios y mejillas.


Eres eterno, Amor: si esto
desmiente
mi vida, no he sentido tus ardores,
ni supe comprender tus maravillas.





Otra versión
No admito que se pueda destruir

la unión fiel de dos almas.

No es amor el amor que no logra subsistir

o se mengua al herirle el desamor.


El amor verdadero es tan constante,

que no hay nada que pueda reducirlo;

es la estrella de toda barca errante,

cuya altura se mide, no su brillo.



No es juguete del tiempo, aunque los labios

y las mejillas dobléguense a su suerte...

No le alteran del tiempo los agravios,


pues su reino no acaba con la muerte.

¡Y si esto es falso y fuera en mi probado,

ni yo he amado jamás ni nadie ha amado!


9/2/09

Baudelaire

El cupido y el cráneo
(Vieja viñeta)

de Charles Baudelaire

Nota: Poema número 117 de Las flores del mal (edición de 1861).


Cupido está sentado sobre el cráneo
De la Humanidad,
Y sobre este trono el profano,
Con risa desvergonzada,

Sopla alegremente burbujas redondas
Que suben en el aire,
Como para alcanzar los mundos
En el fondo del éter.

El globo luminoso y frágil
Toma un gran impulso,
Estalla y escupe su alma sutil
Como un sueño dorado.

Escucho al cráneo, en cada burbuja
Rogar y gemir:
—"Este juego feroz y ridículo,
¿Cuándo debe concluir?

Porque lo que tu boca cruel
Desparrama en el aire,
Monstruo asesino, es mi cerebro,
¡Mi sangre y mi carne!"

8/2/09

Elsa Borneman (argentina,contemporánea)

Mil Grullas

Del libro: No somos irrompibles
(12 cuentos de chicos enamorados)

de Elsa Bornemann
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A.
Buenos Aires.

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Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos.

Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.

Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.

Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.

¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!

Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.

Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...

Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.

-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.

Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.

A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.

Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...

Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque...

Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.

Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.

Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra... —decía el abuelo—. Todo acaba algún día... —comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.

¿Y Naomi?

El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.

Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:

Lento se apaga
El verano
Enciendo
Lámpara y sonrisas.

Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.

El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!

Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.

La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la cmisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca...

Y los dos deseos se cumplieron.

Pero el mundo tenía sus propios planes...

Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.

Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?

"Ahora", Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?

En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.

En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.

Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.

En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.

Dos viejos trenzan bambúes por última vez.

Una docena de chicos canturrea: "Donguri-Koro Koro- Donguri Ko..." por última vez.

Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.

Miles de hombres piensan en mañana por última vez.

Naomi sale para hacer unos mandados.

Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.

Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.

Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.

Nadie será ya quien era.

Hiroshima arrasada por un hongo atómico.

Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.

Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!

Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.

Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.

El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.

Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.

Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.

-Voy a morirme, Toshiro... —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta...

Mil grullas... o "Semba-Tsuru", como se dice en japonés.

Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.

-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.

El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.

Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.

Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.

Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.

La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.

Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.

Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.

No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.

Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor...

Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?

Naomi dormía.

Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.

Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.

Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

-Son hermosas, Tosí-can... Gracias...

-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.

En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.

Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?

Febrero de 1976.

Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.

Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.

Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.

Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.

Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes...

Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.

-Algún día completará las mil... —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?

Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.

6/2/09

Noticia literaria

A 25 AÑOS DE SU MUERTE

Hallaron textos inéditos de Cortázar

Son once cuentos, un capítulo inédito del Libro de Manuel y once episodios de la serie Un tal Lucas, entre otros textos. Los encontró la viuda del escritor en un cajón.

05.02.2009

El escritor dejó miles de páginas inéditas "escondidas" en su casa de París, que ahora salen a la luz.

La viuda de Julio Cortázar (1914-1984) y un estudioso del escritor encontraron en un viejo mueble cientos de papeles inéditos del autor de Rayuela, un material que ha sido recopilado para un libro que aparecerá de forma simultánea en Argentina y España en mayo próximo, informó hoy el diario español El País.

Según el periódico madrileño, la obra, de 450 páginas y editada por Alfaguara, se llamará Papeles inesperados y recogerá 11 relatos nunca incluidos en obra alguna, un capítulo inédito de "Libro de Manuel", 11 nuevos episodios del personaje que protagonizó Un tal Lucas -una especie de alter ego de Cortázar-, cuatro autoentrevistas y 13 poemas también inéditos.

El tesoro literario apareció el 23 de diciembre de 2006 en una cómoda que Aurora Bernárdez, viuda de Cortázar, y Carles Alvarez, estudioso del autor, a duras penas lograron abrir por la gran cantidad de papeles que contenía.

Entre otros, el hallazgo incluye el "Discurso del Día de la Independencia", texto de 1938 que Cortázar recitó a sus compañeros y profesores, o el relato "Los gatos", de enero de 1948, convertido en uno de los más antiguos que se conservan del escritor, de cuya muerte se cumplen 25 años el próximo jueves.

En cuanto al capítulo inédito de la novela Libro de Manuel, la hipótesis es que no fue incluido en el volumen "por redundante y por su alto contenido erótico", según El País.

La capacidad de ingenio de Cortázar ha desbordado a su viuda y al estudioso durante todo el proceso. Tanto, que se han visto obligados a abrir en el libro un capítulo con textos inclasificables, "puro Cortázar", fascinantes juegos verbales que llegan a la categoría de epigramas.
Además, aparecieron una decena de textos sobre amigos del escritor, como el sociólogo Angel Rama o la cantante y actriz Susana Rinaldi y otros 11 sobre sus otras grandes inquietudes como la pintura, la escultura y la fotografía.

2/2/09

Acerca de la libertad...

El deseo de ser piel roja
MARÍA ANGÉLICA HECHIM

Para Nora Francuzzi, por su amistad

"Si uno pudiera ser un piel roja siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo". ("El deseo de ser piel roja" de F. Kafka)


Si es cierto que, como dice Wittgenstein, el significado está en el uso del lenguaje, toda vez que se menciona el término "libertad" habrá un significado peculiar del término. Pero la tarea de relevar unos cuantos de los innumerables usos de esta palabra, con el fin de ver qué tienen en común, resulta tarea ímproba, puesto que encontramos una gran pasión, generalizada, por lo menos en Occidente, hacia este concepto. Desde el definido rechazo de Borges
(1): "No creo en el libre arbitrio. No creo que exista la libertad" hasta la enumeración embelesada de Paul Eluard (2),- que atribuye a este vocablo el poder de la vida-, la libertad ha sido objeto privilegiado del pensamiento y el arte de nuestro mundo.

Desde los griegos, quienes, conforme a la naturaleza de su organización social y política oponen el hombre libre al esclavo –y aquí habría que anotar que es libre aquél que goza de la posibilidad de participar en la vida de la polis, lo cual recarga al concepto con contenidos obviamente políticos-, a las disquisiciones cristianas sobre el libre albedrío, pasando por la bella sentencia de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de agosto de 1789 hasta la Declaración de los derechos humanos de 1948 (3), la libertad es fuente, no sólo de reflexión constante, también de "declaraciones" admirables. Junto a este devenir del pensamiento y la acción política, corre paralela una historia interminable de abusos y sometimientos: desde la propiedad del ser del esclavo de lejanas y de muy cercanas civilizaciones, pasando por las hogueras de la Inquisición, a los patíbulos, fusilamientos, campos de concentración, censuras, cárceles y torturas actuales, los seres humanos no han dejado pasar un segundo de la historia sin intentar someter a otros.

Por otra parte, es dable observar las constelaciones de oposiciones y relaciones que el término establece con otros: se habla de libertad interior, de libertad responsable, de libertad de acción, de libre opinión; toda una escena de juegos: ensombrecimientos y relumbres donde la libertad se enmarca en clave de derecho, de filosofía, de política.

Y de arte: los surrealistas constituyeron uno de los grupos en donde la libertad resultaba una palabra exaltadora: Los surrealistas pretenden que la poesía es el camino que libera al hombre. Tal idea no es nueva ni exclusiva de ellos. Ya Hegel en su "Enciclopedia de las ciencias filosóficas" había dicho: "El arte suministra la purificación del espíritu de servidumbre".

Desde los comienzos del movimiento, los surrealistas señalaron la importancia que la idea de libertad tenía para ellos. Breton decía, en el "Primer manifiesto del Surrealismo": "La palabra libertad es lo único que todavía me exalta". También para Soupault…. La poesía es ante todo liberación…. …la poesía… prepara la libertad integral del hombre y como comienzo exige sacudirse todos los dogmas que oprimen; en primer término, el dogma de la omnipotencia de la razón (4).

René Char, quien firmara el segundo manifiesto surrealista, y cuya percepción de la naturaleza y del corazón de los hombres nos revela el mundo social y natural como si acabara de nacer, es menos febril: "En todas nuestras comidas, dice, invitamos a la libertad a sentarse. El lugar permanece vacío, pero el cubierto está puesto". Esta palabra de Char, que acerca la libertad a la nutrición, sitúa así la necesidad de la libertad en un vértice vital y claro. Es cierto que vuelve remota la presencia de la libertad –pues, justamente, lo que presentifica es su ausencia-, y, sin embargo, quizá por la intimidad del ámbito, se presiente que en cualquier momento de la duración del encuentro podría abrirse la puerta y, entonces, podríamos ver entrar a la libertad a cubrir el puesto que la espera.

Pero sería interesante regresar al punto en donde la Declaración de los Derechos Humanos selecciona los conceptos de "temor y miseria" para focalizar los impedimentos de la libertad de palabra y de creencias. El hambre y todas sus innumerables consecuencias, la obligación de callar, el temor de ser perseguido por las creencias son las vías por donde con más claridad se hace visible la sujeción de los seres humanos a la tiranía y degradación resultantes que emergen de la fijación social y la opresión política. Puede uno elaborar imaginaciones, especulaciones y conjeturas acerca de la libertad y de la falta de ella, pero el plato vacío y los muros de una cárcel son argumentos definitivos. Es posible que en nuestra vida cotidiana, acuciados por los pormenores del trabajo, la familia, etc., no sepamos, a ciencia cierta, en qué consiste –y si consiste- la libertad. Pero sí sabemos certeramente cuándo nos falta.

¿O no es así? ¿Quizá se trata, el hambre, la cárcel, de una multiplicación de la opresión porque no hay libertad alguna? ¿No sería deseable, asimismo, que no la haya? Porque sabemos que hay una Ley originaria destinada a restringir la libertad de los seres humanos, para impedir que prolifere la obscenidad del goce. ¿No es acaso esa Ley constitutiva de las sociedades humanas? ¿No estamos determinados por un inconsciente cuyas redes relevan nuestra voluntad? ¿No es que existe, además, una estructura económico social que genera, en última instancia, toda una superestructura jurídico-política, y, en fin, ideológica, que se construye más allá de la decisión individual? ¿No habla el lenguaje por nosotros? Sobre los pilares del conocimiento humano actual, Marx, Freud, Saussure, ha sobrevenido el descentramiento del sujeto, como lo explicita Foucault, y hoy nos miramos en la interpelación de la ideología, como siervos del lenguaje, como efectos del discurso.

Ninguno como Kafka supo captar las infinitas derivas de la estupidez humana. Ninguno como él pudo vislumbrar las profundidades vanas de nuestro espíritu. Para él, la libertad está escondida en cualquier rincón de la dentadura de la pantera que se exhibe en lugar del artista del hambre. Ese artista que sucumbe ante su empecinada necesidad de exhibir su arte, su ayuno, ante la mirada de los demás. Cuando, después de mucho tiempo de estar constreñido a ayunar por solamente cuarenta días, se lo libera de esta restricción, ayuna indefinidamente hasta que su cuerpo se esfuma, se muere. No es un personaje muy diferente del oficial que administra la máquina en la colonia penitenciaria ni del condenado que "tenía un aspecto tan caninamente sumiso", ni del pobre José K. que, al final de El Proceso experimenta una vergüenza –¿de qué? ¿qué supo antes de la muerte?- que acaso fuera a sobrevivirle. Todos sus personajes están atontados por fuerzas que los empujan a vivir sin dignidad ni posibilidades de elección. Todo el mundo parece ser "ese pequeño valle, profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos" donde la máquina de matar tiene su lugar: Irak, la India, todo el gran territorio de África, Latinoamérica.

Pero también es cierto que, en nuestra singularidad, tendemos a tensar la cuerda para que se dispare la libertad como legítima aspiración de respeto mutuo que quizá algún día podamos experimentar. No importa, al nivel de la vida de cada uno, que ese día nunca llegue, o que toda la humanidad se encuentre cara a cara, y de golpe, con una catástrofe definitiva. Creo que lo interesante es la persistencia en el deseo de libertad y de justicia, que aun a riesgo de perder las crines y la cabeza del caballo uno tienda, en la tierra estremecida, a ese horizonte de posibilidades que la imaginación vislumbra: "Por más utópico que sea, el ejercicio y la praxis del intelectual crítico consiste en anticipar el momento en que la Historia tendrá un solo sentido, aun sabiendo que ese momento no llegará; esa tensión, probablemente irresoluble pero extraordinariamente productiva y "resistente", y cuyo movimiento actual es el de la permamente destotalización de lo totalizado apuntando a una nueva retotalización…" como apunta Eduardo Grüner. O sea, para parafrasear un memorable poema de Gelman: morir buscando incesantemente la libertad.

NOTAS
1) Cierta vez, Rubén Loza Aguerrebere le pidió a Borges que elaborara un diccionario; nuestro autor debía elegir una palabra y definirla luego.
2) El célebre poema "Libertad"
3) Que dice en su Preámbulo: "Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias"
4) Pellegrini, Aldo. "La poesía surrealista" Introducción del libro Antología de poesía surrealista. Bs.As., Compañía General Fabril Ed. 1961.


MARÍA ANGÉLICA HECHIM. Docente e investigadora en el área de las Ciencias de Lenguaje de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Trabaja en la temática del análisis crítico del discurso.



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Deseos de ser piel roja


Tienen que llenar periódicos todos los días,
echar programas basura por la televisión todos los días,
presentar libros de mierda todos los días,
alimentar con grasa, mucha grasa,
lo que Chomsky llama la estupidez del hombre medio;
y las noches se vuelven cada vez más iguales
y los buenos chicos llenos de perversas intenciones políticas
se vuelven todos cada vez más iguales
y todas las fiestas se vuelven cada vez más iguales
y los sermones pseudorreligiosos contra el mundo corrupto
se vuelven cada vez más iguales
y las escenas pías de los libros de Primera Comunión
engañan a los niños crédulos
y sólo parece ser necesario un intestino caliente.

Deberíamos entender más el mundo,
los perros aplastados y el sentido del mundo,
la gente tetrapléjica y el sentido del mundo,
porque no hay ni siquiera una esperanza para los creadores
y algo falla en nosotros,
algo que se comporta
igual que una neblina de vodka en el cerebro
y yo sería un piel roja
o besaría muy largo y muy despacio a mi ángel de luz
con unos patines de cuchilla puestos en los pies
diciéndole, diciéndole, diciéndole:
"Quiero que hagas conmigo
el trabajo más puro que hayan hecho unos labios"
Publicado por Miguel Sánchez Robles en


DESEO DE SER PIEL ROJA

La llanura infinita y el cielo su reflejo.

Deseo de ser piel roja.

A las ciudades sin aire llega a veces sin ruido

el relincho de un onagro o el trotar de un bisonte.

Deseo de ser piel roja.

Sitting Bull ha muerto: no hay tambores

que anuncien su llegada a las Grandes Praderas.

Deseo

de ser piel roja.

El caballo de hierro cruza ahora sin miedo

desiertos abrasados de silencio.

Deseo de ser piel roja.

Sitting Bull ha muerto y no hay tambores

para hacerlo volver desde el reino de las sombras.

Deseo de ser piel roja.

Cruzó un último jinete la infinita

llanura, dejó tras de sí vana

polvareda, que luego se deshizo en el viento.

Deseo de ser piel roja.

En la Reservación no anida

serpiente de cascabel, sino abandono.

DESEO DE SER PIEL ROJA.

(Sitting Bull ha muerto, los tambores

lo gritan sin esperar respuesta)

Leopoldo María Panero TARZÁN TRAICIONADO (1967)