Un blog antológico de uso personal, sobre educación y literatura.Incluye textos escritos y audiovisuales especialmente seleccionados. En la columna de la derecha incorporo enlaces a entradas antiguas del blog, y a sitios que visito frecuentemente.
30/10/10
14/10/10
Rossi, Dora Beatriz

Hay palabras
Hay palabras que duermen en la calle
o abrazan los árboles cuando llega el frío,
que caminan en la cartera de una mujer enamorada
o se esconden debajo de la cama,
cuando un niño te pregunta por qué hay guerra.
Hay palabras pequeñas y grandes, cortas y largas,
anchas y angostas, bajas y altas, rubias y morenas,
fieles e infieles, dóciles y rebeldes.
Hay palabras...
Hay palabras que aparecen de repente,
y te sorprenden con sus manos cálidas
y un abrazo apretado y melancólico
que te hacen olvidar alguna pena.
Hay palabras ásperas y suaves, claras y confusas,
parejas y desparejas, trabajadoras y ociosas,
sedientas de un acento,
que las vuelva más fuertes y atrevidas
para alejar de ellas la timidez que
enredan sus cabellos diariamente.
Hay palabras que se leen al derecho y al revés,
fáciles y difíciles, conocidas y desconocidas,
quietas e inquietas.
Hay palabras...
Hay palabras que se suben a la mesa
y le alcanzan un plato de comida al que no tiene,
y otras, hacen volar una sonrisa
por los aires sin rumbo,
para entregarnos cada mañana otra palabra diminuta
que solemos guardar en algún bolsillo.
Por si acaso, no la pronuncio,
temerosa de tocarla y que abra sus ojos,
ansiosa de despertarla y que abra sus brazos,
y me alcance para siempre.
Dora Beatriz Rossi. 2003
La Pampa en palabras
Ministerio de Cultura y Educación. El Diario
27/8/10
Roberto Fontanarrosa
LAS VERDADERAS INTENCIONES DE LOS CUISES
.
"Mi investigación se origina, años atrás, un día viajando en auto hacia Mar del Plata, en compañía de mi familia. Recuerdo que, de pronto, un animalejo grisáceo cruzó irresponsablemente frente a nuestro coche y debí hacer una brusca maniobra para no atropellarlo. Ahora reflexiono y sé que mi actitud fue por demás arriesgada, ya que en ese momento marchábamos a unos 100 kilómetros por hora, pero quedé muy sensibilizado con los accidentes viales desde aquel día en que, con mi viejo Ford, aplasté una pelota de goma marca Pulpo. Desde tan desdichado acontecimiento abandoné por completo la práctica del fútbol, deporte que me apasionaba y que bien hubiese podido constituirse en mi medio de vida. El macabro suceso con la Pulpo me impresionó de tal forma que opté por encaminar mi vida hacia la investigación etológica. ¡Y aún no me explico cómo tuve entereza para seguir conduciendo automóviles luego de aquello! Por lo tanto, no me arrepiento de haber salvado la vida del pequeño cuis esa tarde cuando se me cruzó en la ruta, aun a costa de que en el vuelco que originó mi maniobra perdieran la vida mi suegra y una tía mía de avanzada edad. La pregunta que comenzó a desvelarme desde aquel momento era: ¿Por qué el cuis arriesga su vida cruzando un camino muy transitado cuando al otro lado de éste no ha de encontrar nada muy diferente a lo que acaba de dejar? Simplificando, podemos decir: a un costado de la ruta el cuis tiene medio globo terráqueo donde nacer, alimentarse, procrear y terminar sus días. No obstante eso, el pequeño conejo de Indias decide atravesar la superficie vial aun a riesgo de su propia vida para investigar los predios del otro lado del camino. No se trata de elefantes o de animales necesitados de espacio y que consuman alimentos en cantidad. Está comprobado que hay cuises que subsisten en la mezquindad de pequeñas jaulas y se alimentan con minucias. Son pequeños organismos que deberían conformarse con los ya de por sí amplios campos en que la naturaleza los ha ubicado. Pero no es así. Ustedes los habrán visto, expectantes y nerviosos, arracimados en los costados de la ruta, espiando entre los pajonales de las cunetas, prontos a lanzarse sobre el pavimento procurando alcanzar el otro flanco en una suerte de ruleta rusa a todas luces inexplicable. No son muchos los animales que reniegan tan abiertamente del lugar que les ha conferido una equilibrada distribución natural.¿Es acaso una falta de inteligencia lo que los lleva a eso? Permítaseme dudar de tal aseveración. Cualquiera sabe que el cuis es el animal preferido para la investigación científica y conozco mil casos en que estas pequeñas criaturas han colaborado eficazmente a descubrimientos importantísimos para la humanidad. No puede hablarse entonces de ignorancia en especímenes tan relacionados con el estudio. Mi primera inquietud se volcó hacia una temática muy zarandeada en los estudios etológicos: el caso de especies que se suicidan. Las ballenas árticas, por ejemplo. O los leminges nórdicos. Y allí fue donde me detuve: en los leminges, ya que se trata de una especie de gran similitud con nuestro cuis nacional. Tanta, que si un cuis desea integrarse a la colonia leminge no debe ni siquiera rendir equivalencias. Es sabido que todos los años, en una fecha que media entre enero y noviembre, los leminges se reúnen en un número cercano a los 70.000 y comienzan una loca carrera por los bosques hasta alcanzar las alturas de los fiordos noruegos, desde donde se arrojan a las heladas aguas del Ártico. Esto se atribuyó, en principio, a una tendencia suicida colectiva, quizás emparentada con una depuración natural.Sin embargo, en el año 68, en las costas soviéticas que se hallan frente a los fiordos habitualmente empleados por estos desdichados animalillos para lanzarse en su zambullida final, se detectó la presencia de un leminge, en apariencia sobreviviente del holocausto.
El leminge daba muestras de gran excitación y hasta podía interpretarse que estaba contento. Se dedujo que tal vez festejaba el haber salvado la vida, pero el profesor Tapio Lappeenranta de la Universidad de Estudios Naturales de Jyväskyla (Finlandia) llegó a una conclusión más afortunada: dicho leminge celebraba el hecho de ser el ganador de una competencia. O sea, el tropel de leminges que año a año se abalanza como catarata incontenible por los bosques y campiñas noruegas no lo hace con una intención suicida, sino con un sano espíritu competitivo en una justa de cross-country, que incluye el cruce a nado hasta la Rusia Comunista.
El importantísimo descubrimiento mereció muy poco centimetraje en los diarios, pues se produjo el 14 de mayo de 1968, día en que, como todos sabemos, el hombre posó por vez primera sus pies en la luna. Por lo tanto, la tendencia autodestructiva de los cuises es algo que aún está por verse. En el Centro de Ayuda al Suicida, por ejemplo, durante los largos 20 años de su funcionamiento, no se halla registrado ni un solo caso de llamados de cuises en trance de quitarse la vida. Hay asentados tres de loros, en cambio, uno de los cuales pudo ser disuadido a último momento de ingerir dos píldoras de un activo raticida. Todo esto me conduce a pensar que los motivos que llevan a los cuises a cruzar sobre el ardiente macadam son muy otros. ¿Simple curiosidad, tal vez? Es posible, el cuis es un animal inquieto, ansioso de acumular conocimientos. Pero, a mi juicio, el impulso principal radica en las ambiciones imperiales del animalejo en cuestión.
El deseo, natural al fin, de conquistar nuevas tierras, de anexar territorios. La ambición de escalar a niveles de mayor grandeza. De lograr, en el terreno militar, lo que ya tienen en el rubro científico. No nos extrañemos si, el día de mañana, la figura del cuis campea en las banderas de guerra, en los estandartes o en los escudos heráldicos. Tal vez el humilde roedor de nuestros campos esté llamado a reemplazar con su efigie a la vulgar águila o al mismo león, bestias de dudosa prosapia.¡Quién sabe si no llegará el día en que, así como ahora mencionamos al "Oso Ruso" o al "León Inglés", seamos conocidos, por el orbe todo, como "El Cuis Americano"!
FONTANARROSA
.
"Mi investigación se origina, años atrás, un día viajando en auto hacia Mar del Plata, en compañía de mi familia. Recuerdo que, de pronto, un animalejo grisáceo cruzó irresponsablemente frente a nuestro coche y debí hacer una brusca maniobra para no atropellarlo. Ahora reflexiono y sé que mi actitud fue por demás arriesgada, ya que en ese momento marchábamos a unos 100 kilómetros por hora, pero quedé muy sensibilizado con los accidentes viales desde aquel día en que, con mi viejo Ford, aplasté una pelota de goma marca Pulpo. Desde tan desdichado acontecimiento abandoné por completo la práctica del fútbol, deporte que me apasionaba y que bien hubiese podido constituirse en mi medio de vida. El macabro suceso con la Pulpo me impresionó de tal forma que opté por encaminar mi vida hacia la investigación etológica. ¡Y aún no me explico cómo tuve entereza para seguir conduciendo automóviles luego de aquello! Por lo tanto, no me arrepiento de haber salvado la vida del pequeño cuis esa tarde cuando se me cruzó en la ruta, aun a costa de que en el vuelco que originó mi maniobra perdieran la vida mi suegra y una tía mía de avanzada edad. La pregunta que comenzó a desvelarme desde aquel momento era: ¿Por qué el cuis arriesga su vida cruzando un camino muy transitado cuando al otro lado de éste no ha de encontrar nada muy diferente a lo que acaba de dejar? Simplificando, podemos decir: a un costado de la ruta el cuis tiene medio globo terráqueo donde nacer, alimentarse, procrear y terminar sus días. No obstante eso, el pequeño conejo de Indias decide atravesar la superficie vial aun a riesgo de su propia vida para investigar los predios del otro lado del camino. No se trata de elefantes o de animales necesitados de espacio y que consuman alimentos en cantidad. Está comprobado que hay cuises que subsisten en la mezquindad de pequeñas jaulas y se alimentan con minucias. Son pequeños organismos que deberían conformarse con los ya de por sí amplios campos en que la naturaleza los ha ubicado. Pero no es así. Ustedes los habrán visto, expectantes y nerviosos, arracimados en los costados de la ruta, espiando entre los pajonales de las cunetas, prontos a lanzarse sobre el pavimento procurando alcanzar el otro flanco en una suerte de ruleta rusa a todas luces inexplicable. No son muchos los animales que reniegan tan abiertamente del lugar que les ha conferido una equilibrada distribución natural.¿Es acaso una falta de inteligencia lo que los lleva a eso? Permítaseme dudar de tal aseveración. Cualquiera sabe que el cuis es el animal preferido para la investigación científica y conozco mil casos en que estas pequeñas criaturas han colaborado eficazmente a descubrimientos importantísimos para la humanidad. No puede hablarse entonces de ignorancia en especímenes tan relacionados con el estudio. Mi primera inquietud se volcó hacia una temática muy zarandeada en los estudios etológicos: el caso de especies que se suicidan. Las ballenas árticas, por ejemplo. O los leminges nórdicos. Y allí fue donde me detuve: en los leminges, ya que se trata de una especie de gran similitud con nuestro cuis nacional. Tanta, que si un cuis desea integrarse a la colonia leminge no debe ni siquiera rendir equivalencias. Es sabido que todos los años, en una fecha que media entre enero y noviembre, los leminges se reúnen en un número cercano a los 70.000 y comienzan una loca carrera por los bosques hasta alcanzar las alturas de los fiordos noruegos, desde donde se arrojan a las heladas aguas del Ártico. Esto se atribuyó, en principio, a una tendencia suicida colectiva, quizás emparentada con una depuración natural.Sin embargo, en el año 68, en las costas soviéticas que se hallan frente a los fiordos habitualmente empleados por estos desdichados animalillos para lanzarse en su zambullida final, se detectó la presencia de un leminge, en apariencia sobreviviente del holocausto.
El leminge daba muestras de gran excitación y hasta podía interpretarse que estaba contento. Se dedujo que tal vez festejaba el haber salvado la vida, pero el profesor Tapio Lappeenranta de la Universidad de Estudios Naturales de Jyväskyla (Finlandia) llegó a una conclusión más afortunada: dicho leminge celebraba el hecho de ser el ganador de una competencia. O sea, el tropel de leminges que año a año se abalanza como catarata incontenible por los bosques y campiñas noruegas no lo hace con una intención suicida, sino con un sano espíritu competitivo en una justa de cross-country, que incluye el cruce a nado hasta la Rusia Comunista.
El importantísimo descubrimiento mereció muy poco centimetraje en los diarios, pues se produjo el 14 de mayo de 1968, día en que, como todos sabemos, el hombre posó por vez primera sus pies en la luna. Por lo tanto, la tendencia autodestructiva de los cuises es algo que aún está por verse. En el Centro de Ayuda al Suicida, por ejemplo, durante los largos 20 años de su funcionamiento, no se halla registrado ni un solo caso de llamados de cuises en trance de quitarse la vida. Hay asentados tres de loros, en cambio, uno de los cuales pudo ser disuadido a último momento de ingerir dos píldoras de un activo raticida. Todo esto me conduce a pensar que los motivos que llevan a los cuises a cruzar sobre el ardiente macadam son muy otros. ¿Simple curiosidad, tal vez? Es posible, el cuis es un animal inquieto, ansioso de acumular conocimientos. Pero, a mi juicio, el impulso principal radica en las ambiciones imperiales del animalejo en cuestión.
El deseo, natural al fin, de conquistar nuevas tierras, de anexar territorios. La ambición de escalar a niveles de mayor grandeza. De lograr, en el terreno militar, lo que ya tienen en el rubro científico. No nos extrañemos si, el día de mañana, la figura del cuis campea en las banderas de guerra, en los estandartes o en los escudos heráldicos. Tal vez el humilde roedor de nuestros campos esté llamado a reemplazar con su efigie a la vulgar águila o al mismo león, bestias de dudosa prosapia.¡Quién sabe si no llegará el día en que, así como ahora mencionamos al "Oso Ruso" o al "León Inglés", seamos conocidos, por el orbe todo, como "El Cuis Americano"!
FONTANARROSA
31/5/10
William Ernest Henley
Poema que aparece en la película Invictus.Se dice que fueron los "versos de cabecera" de Nelson Mandela cuando estuvo en prisión:
Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be,
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance,
I have winced but not cried aloud.
Under the bludgeonings of chance,
My head is bloodied but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears,
Looms but the horror of the shade.
And yet the menace of the years,
Finds, and shall find me, unafraid
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
I am the captain of my soul.
--------
Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses, si existen,
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia,
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años,
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma.
Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be,
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance,
I have winced but not cried aloud.
Under the bludgeonings of chance,
My head is bloodied but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears,
Looms but the horror of the shade.
And yet the menace of the years,
Finds, and shall find me, unafraid
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
I am the captain of my soul.
--------
Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses, si existen,
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia,
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años,
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma.
14/5/10
Gabino Palomares
LA MALDICIÓN DE MALINCHE
Malinche fue la hija de un cacique mexicano entregada a Cortés como esclava. Ella hablaba la lengua nahuatl, de los aztecas, y la maya. Entre los españoles había un sacerdote que había vivido algunos años con un pueblo de lengua maya. Malinche traducía de la lengua azteca a la maya y luego el sacerdote traducía del maya al español. la colaboración de Malinche con los conquistadores de su pueblo dio lugar a una leyenda conocida como La maldición de Malinche, popularizada en una canción mexicana actual que dice:
mis hermanos emplumados
eran los hombres barbados
de la profecía esperada.
Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.
Iban montados en bestias
como demonios del mal
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.
Sólo el valor de unos cuántos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.
Porque los dioses ni comen,
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.
En ese error entregamos
la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos
trescientos años esclavos.
Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero.
Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.
Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.
Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.
Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.
¡Oh, Maldición de Malinche!
¡Enfermedad del presente!
¿Cuándo dejarás mi tierra?
¿Cuándo harás libre a mi gente?
Gabino Palomares
11/5/10
Hamlet Lima Quintana
Gente
Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales,
que con sólo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otras zonas,
nos hace recorrer toda la magia.
Hay gente que con sólo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
que con solo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entre casa.
Hay gente que con sólo abrir la boca
llega a todos los límites del alma,
alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar al vino en las tinajas
y se queda después, como si nada.
Y uno se va de novio con la vida
desterrando una muerte solitaria,
pues sabe que a la vuelta de la esquina
hay gente que es así, tan necesaria.
7/5/10
Marcelo di Marco
LA BOLSA DE ARPILLERA
-¡Papi, el hombre de la bodsa está allá adento!
Emilce, agitada, señaló con su dedito de tres años la puerta abierta de su cuarto. Se quedó quieta en la entrada del living, con su piyama de animales pálidos puesto al revés y sosteniendo un oso de peluche. Había interrumpido así la amena conversación de sobremesa que sus papás mantenían con sus lacanianos amigos.
–Bueno, Emilce, traelo para acá al Hombre de la Bolsa –le dijo su papá, dulce y profesional–. Con lo tarde que es, debe tener un hambre bárbara. Vamos a convidarle unos trocitos de budín.
Emilce salió disparada hacia su cuarto.
Un olor no precisamente agradable flotaba en el lugar. La madre de Emilce se acordó de la vez que había abierto una lata de mejillones bastante pasada. Se levantó para ir a ver si… pero terminó por sentarse de nuevo en su sillón, abombada por el alcohol.
–Son cosas de la abuela –explicó su marido a los invitados, siguiendo con la pipa la dirección que había tomado Emilce–. Lo mejor, en estos casos, es hacerles vivir la fantasía.
–Lógico –dijo la otra mujer–. Acuérdense de cuando Pichón se tiró al suelo abrazado al paranoico que veía una locomotora venírsele encima.
Emilce volvió. En lugar de su oso de peluche traía de la mano al Hombre de la Bolsa. El espejo que colgaba de la pared se estrelló en el piso con terrible estrépito. El mal olor se hizo insoportable, repugnante. El padre de Emilce retrocedió, fascinado. Su amigo alcanzó a ponerse de pie, tapándose la nariz con una servilleta.
El Hombre de la Bolsa llevaba un aludo sombrero negro lleno de agujeros y una capa gris, como del siglo pasado, cubierta de lamparones. Era demasiado bajo, casi un enano. Era muy sucio, infinitamente inmundo y viejo. Dejó en el suelo su bolsa de arpillera, que se movía con leves temblores (chicos pensó el paralizado padre de Emilce) extrajo un trabuco naranjero de entre sus harapos y apuntó al grupo.
–Sabed que no es de mi apetencia el budín inglés, señor mío –dijo, con una hedionda voz seca, inolvidable–. Jamás vuestra merced nutrirme verame con otra cosa que no sea carne, carne fresca. Además –agregó, con cortesía–, hoy sólo me he acercado con el único propósito de llevarme a mi morada a la deliciosa Emilce.
Entre los gritos de las damas y la inoperancia de los caballeros, abrió su mugrienta bolsa y metió a Emilce junto con los demás niños que esa noche constituirían su cena. Y desapareció.
-¡Papi, el hombre de la bodsa está allá adento!
Emilce, agitada, señaló con su dedito de tres años la puerta abierta de su cuarto. Se quedó quieta en la entrada del living, con su piyama de animales pálidos puesto al revés y sosteniendo un oso de peluche. Había interrumpido así la amena conversación de sobremesa que sus papás mantenían con sus lacanianos amigos.
–Bueno, Emilce, traelo para acá al Hombre de la Bolsa –le dijo su papá, dulce y profesional–. Con lo tarde que es, debe tener un hambre bárbara. Vamos a convidarle unos trocitos de budín.
Emilce salió disparada hacia su cuarto.
Un olor no precisamente agradable flotaba en el lugar. La madre de Emilce se acordó de la vez que había abierto una lata de mejillones bastante pasada. Se levantó para ir a ver si… pero terminó por sentarse de nuevo en su sillón, abombada por el alcohol.
–Son cosas de la abuela –explicó su marido a los invitados, siguiendo con la pipa la dirección que había tomado Emilce–. Lo mejor, en estos casos, es hacerles vivir la fantasía.
–Lógico –dijo la otra mujer–. Acuérdense de cuando Pichón se tiró al suelo abrazado al paranoico que veía una locomotora venírsele encima.
Emilce volvió. En lugar de su oso de peluche traía de la mano al Hombre de la Bolsa. El espejo que colgaba de la pared se estrelló en el piso con terrible estrépito. El mal olor se hizo insoportable, repugnante. El padre de Emilce retrocedió, fascinado. Su amigo alcanzó a ponerse de pie, tapándose la nariz con una servilleta.
El Hombre de la Bolsa llevaba un aludo sombrero negro lleno de agujeros y una capa gris, como del siglo pasado, cubierta de lamparones. Era demasiado bajo, casi un enano. Era muy sucio, infinitamente inmundo y viejo. Dejó en el suelo su bolsa de arpillera, que se movía con leves temblores (chicos pensó el paralizado padre de Emilce) extrajo un trabuco naranjero de entre sus harapos y apuntó al grupo.
–Sabed que no es de mi apetencia el budín inglés, señor mío –dijo, con una hedionda voz seca, inolvidable–. Jamás vuestra merced nutrirme verame con otra cosa que no sea carne, carne fresca. Además –agregó, con cortesía–, hoy sólo me he acercado con el único propósito de llevarme a mi morada a la deliciosa Emilce.
Entre los gritos de las damas y la inoperancia de los caballeros, abrió su mugrienta bolsa y metió a Emilce junto con los demás niños que esa noche constituirían su cena. Y desapareció.
3/5/10
Por Horacio González
OPINION
Instrucciones para conmemorar
Por Horacio González
Que no se diga que es fácil conmemorar. Que no se piense que zafamos sólo con tener un “sentimiento más auténtico” ante ritos ya probados. Que no se afirme que en un santiamén sabremos desmitificar a los próceres de opalina. Incluso, desconfiemos de nosotros mismos cuando descubrimos otros hechos “verdaderos” tras los hechos falsificados. También desenmascarando se corre el riesgo de ser trivial. En cambio, siempre es posible revisar un conjunto de sentimientos y nociones vinculadas al arte de conmemorar. ¿Hay Bicentenario? Pues inventemos nuestras instrucciones para conmemorar, con sensibilidad fina y evitando costumbrismos. Este tiempo ofrece buena oportunidad para hacerlo. Mejor que denunciar mitos inconducentes quizá sea examinar los elementos de nuestro propio fervor. Mejor que exhumar emociones calcáreas, haciendo con ellas otra cosa, podemos fabricar una emoción nueva, sólo para nosotros, si lo preferimos, para nuestra melancolía activa. O para compartirla con otros.
¿Cómo se forja un ciudadano conmemorativo? Nuestros republicanos de mercería están buscando una respuesta en sus cajoncillos: una ya está a mano. El pasado contra el presente; la Argentina está en decadencia y hay que salvarla. Atrás tenemos una historia que hacía flamear lo fundante, lo legítimo, lo egregio. ¿Y ahora? No, ahora dominan los impostores. Es menester sacarlos rápido de escena: ¡que nos devuelvan el quórum!
Pero al ciudadano conmemorativo no se la van a contar. Se ha forjado en el escepticismo, las dudas, las luchas y miedos de las últimas décadas. Puede saber qué es legítimo o no, porque ve los momentos del pasado con reservas y sabiduría. No tiene en su mano ni el misal de una historia abstracta ni excluye la posibilidad de que una chispa inspirada del pasado reviva ahora con sentidos nuevos. La historia la hacen los hombres pero no conociendo la integridad de las cosas que se podrían conocer. Tampoco la historia se repite, pero hay motivos recurrentes que se pasean en un silencio amenazante desde tiempos lejanos. Escuchar a los republicanos de herbolario y factoría, decir que son “impostores” los gobiernos que mantienen diferencias objetivas con un pasado injurioso, eso, al ciudadano conmemorante lo pone alerta. El hará críticas, es claro. Dirá que tal o cual cosa no debe ser así y acaso volvería enojado a su casa. Pero sabe que un pequeña fisura de la historia se ha abierto y que si él no la cuida –él, aun teniendo reproches y ofuscamientos– también va a perder mucho.
¿Sus bienes, sus proyectos, su posibilidad de salir de las penurias conocidas? Quizá no, el ciudadano conmemorativo no se asusta fácil. Pero perderá una ventana abierta a la posibilidad de hablar libremente. No paparruchas. Hablar libremente del destino colectivo, y de su vida misma recorriendo ese destino, siendo él una infinita partícula remota, como decía Scalabrini Ortiz, que lo hace consciente de que integra una larga caminata. No se trata de que luego vengan dictaduras. El hombre conmemorante, el ciudadano de esta época, lo descarta. Porque si esto tan complejo y no fácil de definir se acaba, reinarán palabras machucadas, acciones sin vértigo colectivo y mediocridades ya probadas, que es lo único que se ha ensayado bien en la Argentina. Pero el ciudadano conmemorante, que ha sabido lanzar improperios, y cómo, ya conoce que comenzará a extrañar muchas de las hoy inesperadas resoluciones que no son pobres astucias de sobrevida de un grupo político, sino un catálogo disponible de la memoria social del país. ¿Medidas que se toman quizá sin haberse pensado antes, dictadas por la urgencia, lo intrincado de las luchas, las jugadas de arrinconamiento, que unos devuelven a los otros? Sí, pero que demuestran que ésta es una época de libertades efectivas. La suma de errores existentes, verificados aún en los esfuerzos hacia una democracia social avanzada, demuestran libertad, frescura, imaginación. No incompetencia. El ciudadano conmemorante lo sabe. Porque conmemorar, para el hombre del Subteráneo B, de la suburbano candente, del microcentro a la hora del almuerzo, de las fábricas de la Panamericana a la hora del corte, del Plan Trabajar, del piso 5º de la Villa 31, del trapito travieso que tiene sus mañas pero aún espera su verdadera oportunidad ciudadana, conmemorar es el momento donde lo áspero, sin dejar de serlo, cobra aspecto de expectativa. Hubo cadáveres. Hay trapos y trapitos. No se obtendrá sentimiento reparador de los republicanos de regleta y orden policialesco, sino de quienes entiendan que los trapos deshilachados de la historia son restos de un viejo “spleen” de Baudelaire y que también cantó el tango. Trapitos degradados por el oscurantismo urbano, es claro, y porque las vidas pierden su libertad pero no su imaginación, y que esperan una justicia que la verdadera urbe porteña, que ahora parece mayoritariamente confiscada en su percepción social, sabrá deletrear nuevamente. Se ensaya el deletreo, si se quiere ser conmemorante, con palabras como Castelli, Mariano Moreno, Alfredo Palacios, Evita. Son calles de esta ciudad, piedras urbanas que a veces hablan de madrugada, y se escuchan en el semáforo.
¿Está preocupado por el quórum el ciudadano del Bicentenario? Sí, pero sabe que ésa es una vieja expresión latina que significa “todos los que estamos aquí”. ¿Cómo lo sabe? Porque lo leyó en las palabras cruzadas de un diario –en el mostrador del bar– mostrando así que extrae conocimientos de todos lados y que ningún lado es malo. Hay diputados que no lo saben. Y él, que quizá no fue a las marchas, pero que el último 24 de marzo sintió un cosquilleo mirándola por televisión, o leyendo el diario de ojito (¿aún existe eso?), o porque se lo comentaron en el taller mecánico, sabe que en la historia hay diferencias morales profundas, momentos aciagos, indiferencias varias, pero que a él no lo agarran otra vez. Formará parte del “quorum” de los que sabrán en qué pensar –y pensar ya es hacer, créanlo–, y de los que sepan cómo conmemorar. La conmemoración es una apertura hacia los demás y hacia sí mismo. Puede ser cantada, sentada, parada, acostada, en el Tedéum o en la esquina del barrio jugando a la bolita. ¿Y si allí no se nota nada? Habrá silencio, pero se está conmemorando. Conmemorar es romper palabras ordenadas, y también es juntar palabras que estaban dispersas. Obispos están escribiendo sus homilías en este mismo momento. ¿Qué dirán? ¿Hablarán claro o encontrarán los conocidos vericuetos melifluos y engañosos? Ellos saben lo que digo, pues de muchos de su cofradía salen los que lanzaron livianamente la idea de “impostura”, idea profunda que sin embargo la han prestado a un republicanismo encogido que, a espaldas de esta venerable palabra, hace aparecer sus condolencia sobre la pobreza como si hubiera fabricado salchichón barato.
El ciudadano conmemorante es hijo de la esperanza. Sabe que la esperanza es un coto secreta del espíritu público y una palabra a usar con cuidado. El no está en el púlpito y, si lo frecuenta, saca para sí palabras que alguna vez usará en otros diccionarios personales, sin despreciar nada pero haciendo su seleccionado propio de voces. No se niega a escuchar la palabras de ningún santoral. Pero para conmemorar, sabe que cada vocablo auspicioso lo debe medir con su astrolabio de realidades. Ya pasó muchas pero sabe que, en medio de las dificultades, ahora hay un cantero –mezcla de pasado, presente y futuro, la rara bohardilla de la memoria argentina– que, si no estuviera, no habría lo que ahora se palpa sin quizá poder explicarse bien. ¿Y quién puede hacerlo? Es esta democracia ruda, que se defiende y ataca, que saca providencias de todos lados, que reavivan el debate, y trazan caminos que al otro día parecen perderse, y resurgen, desvían, apagan, retornan al camino. Porque el ciudadano conmemorante podrá usar escarapela en las fechas que lo mueven al respeto, pero antes usa su bandera oculta, que puede no exhibir nunca, su himno quieto, adelgazado en su conciencia, pero que allí yace como resguardo dictado por un Arlt que ha o no ha frecuentado: ¿te creés que porque leo la Biblia soy un gil?
Todo esto el ciudadano conmemorante lo sabe. No es historiador ni lo recuerda todo, pero comprende que en un país sin demasiados planes elaborados de repente se enciende una luz olvidada y se repone un enlace inesperado de este difícil presente con los entusiasmos nunca dormidos por aquello que de mejor tuvo lo ya acontecido.
El ciudadano conmemorativo duda de las estampas escolares, pero como en la infancia están los recuerdos más vivos de la emoción cívica, sabrá sacarlos de su acartonamiento para discernir que esas emociones, como un pasadizo recién abierto en sarcófago egipcio, debe servir para inspirar acciones nuevas sobre la pobreza, sobre el destino de miles y miles que han visto sus vidas sometidas a injusticias pasadas o recientes, sobre los que pende amenaza de vida o incuria pública.
Y si para que se haga algo es necesario ponerse distintivo y seguir a pie juntillas las rutinas de un festejo escolar, también lo hace. Porque en este caso el fin justifica los medios y porque también fue feliz en la escuela pública –problemática, bien lo sabemos– pero en donde aprendió que la emoción histórica se sirve de símbolos necesarios, pero que en lo esencial puede vivir sin simbología ninguna. Va a conmemorar, pero lo hará a su manera, sabiendo que la memoria y sus discursos no son un carrete momentáneo que mandamos desfilar hacia atrás; tampoco una noticia sobre efemérides; un llamado a un misal preparado para encontrar la misma liturgia que nuestras escolaridades ya han preparado. ¡Y eso que el ciudadano conmemorante respeta las liturgias! Podrán estar adocenadas, pero en su profundidad desatinada siempre están a punto de decirnos algo. La memoria no lo es en sí misma, no existe para sí. Todo lo impregna sin que podamos definir claramente cómo lo hace, porque también sabe dejar en libertad al presente. Y sabe olvidarse de ella misma. Es lo que recrea del pasado cada vez que descubrimos la falla del presente. Y es lo que evita que el presente se cierre también sobre sus autoproclamadas glorias. El ciudadano rememorante, heredero del hombre que está solo y espera, lo sabe.
© 2000-2010 www.pagina12.com.ar|República Argentina¿Cómo se forja un ciudadano conmemorativo? Nuestros republicanos de mercería están buscando una respuesta en sus cajoncillos: una ya está a mano. El pasado contra el presente; la Argentina está en decadencia y hay que salvarla. Atrás tenemos una historia que hacía flamear lo fundante, lo legítimo, lo egregio. ¿Y ahora? No, ahora dominan los impostores. Es menester sacarlos rápido de escena: ¡que nos devuelvan el quórum!
Pero al ciudadano conmemorativo no se la van a contar. Se ha forjado en el escepticismo, las dudas, las luchas y miedos de las últimas décadas. Puede saber qué es legítimo o no, porque ve los momentos del pasado con reservas y sabiduría. No tiene en su mano ni el misal de una historia abstracta ni excluye la posibilidad de que una chispa inspirada del pasado reviva ahora con sentidos nuevos. La historia la hacen los hombres pero no conociendo la integridad de las cosas que se podrían conocer. Tampoco la historia se repite, pero hay motivos recurrentes que se pasean en un silencio amenazante desde tiempos lejanos. Escuchar a los republicanos de herbolario y factoría, decir que son “impostores” los gobiernos que mantienen diferencias objetivas con un pasado injurioso, eso, al ciudadano conmemorante lo pone alerta. El hará críticas, es claro. Dirá que tal o cual cosa no debe ser así y acaso volvería enojado a su casa. Pero sabe que un pequeña fisura de la historia se ha abierto y que si él no la cuida –él, aun teniendo reproches y ofuscamientos– también va a perder mucho.
¿Sus bienes, sus proyectos, su posibilidad de salir de las penurias conocidas? Quizá no, el ciudadano conmemorativo no se asusta fácil. Pero perderá una ventana abierta a la posibilidad de hablar libremente. No paparruchas. Hablar libremente del destino colectivo, y de su vida misma recorriendo ese destino, siendo él una infinita partícula remota, como decía Scalabrini Ortiz, que lo hace consciente de que integra una larga caminata. No se trata de que luego vengan dictaduras. El hombre conmemorante, el ciudadano de esta época, lo descarta. Porque si esto tan complejo y no fácil de definir se acaba, reinarán palabras machucadas, acciones sin vértigo colectivo y mediocridades ya probadas, que es lo único que se ha ensayado bien en la Argentina. Pero el ciudadano conmemorante, que ha sabido lanzar improperios, y cómo, ya conoce que comenzará a extrañar muchas de las hoy inesperadas resoluciones que no son pobres astucias de sobrevida de un grupo político, sino un catálogo disponible de la memoria social del país. ¿Medidas que se toman quizá sin haberse pensado antes, dictadas por la urgencia, lo intrincado de las luchas, las jugadas de arrinconamiento, que unos devuelven a los otros? Sí, pero que demuestran que ésta es una época de libertades efectivas. La suma de errores existentes, verificados aún en los esfuerzos hacia una democracia social avanzada, demuestran libertad, frescura, imaginación. No incompetencia. El ciudadano conmemorante lo sabe. Porque conmemorar, para el hombre del Subteráneo B, de la suburbano candente, del microcentro a la hora del almuerzo, de las fábricas de la Panamericana a la hora del corte, del Plan Trabajar, del piso 5º de la Villa 31, del trapito travieso que tiene sus mañas pero aún espera su verdadera oportunidad ciudadana, conmemorar es el momento donde lo áspero, sin dejar de serlo, cobra aspecto de expectativa. Hubo cadáveres. Hay trapos y trapitos. No se obtendrá sentimiento reparador de los republicanos de regleta y orden policialesco, sino de quienes entiendan que los trapos deshilachados de la historia son restos de un viejo “spleen” de Baudelaire y que también cantó el tango. Trapitos degradados por el oscurantismo urbano, es claro, y porque las vidas pierden su libertad pero no su imaginación, y que esperan una justicia que la verdadera urbe porteña, que ahora parece mayoritariamente confiscada en su percepción social, sabrá deletrear nuevamente. Se ensaya el deletreo, si se quiere ser conmemorante, con palabras como Castelli, Mariano Moreno, Alfredo Palacios, Evita. Son calles de esta ciudad, piedras urbanas que a veces hablan de madrugada, y se escuchan en el semáforo.
¿Está preocupado por el quórum el ciudadano del Bicentenario? Sí, pero sabe que ésa es una vieja expresión latina que significa “todos los que estamos aquí”. ¿Cómo lo sabe? Porque lo leyó en las palabras cruzadas de un diario –en el mostrador del bar– mostrando así que extrae conocimientos de todos lados y que ningún lado es malo. Hay diputados que no lo saben. Y él, que quizá no fue a las marchas, pero que el último 24 de marzo sintió un cosquilleo mirándola por televisión, o leyendo el diario de ojito (¿aún existe eso?), o porque se lo comentaron en el taller mecánico, sabe que en la historia hay diferencias morales profundas, momentos aciagos, indiferencias varias, pero que a él no lo agarran otra vez. Formará parte del “quorum” de los que sabrán en qué pensar –y pensar ya es hacer, créanlo–, y de los que sepan cómo conmemorar. La conmemoración es una apertura hacia los demás y hacia sí mismo. Puede ser cantada, sentada, parada, acostada, en el Tedéum o en la esquina del barrio jugando a la bolita. ¿Y si allí no se nota nada? Habrá silencio, pero se está conmemorando. Conmemorar es romper palabras ordenadas, y también es juntar palabras que estaban dispersas. Obispos están escribiendo sus homilías en este mismo momento. ¿Qué dirán? ¿Hablarán claro o encontrarán los conocidos vericuetos melifluos y engañosos? Ellos saben lo que digo, pues de muchos de su cofradía salen los que lanzaron livianamente la idea de “impostura”, idea profunda que sin embargo la han prestado a un republicanismo encogido que, a espaldas de esta venerable palabra, hace aparecer sus condolencia sobre la pobreza como si hubiera fabricado salchichón barato.
El ciudadano conmemorante es hijo de la esperanza. Sabe que la esperanza es un coto secreta del espíritu público y una palabra a usar con cuidado. El no está en el púlpito y, si lo frecuenta, saca para sí palabras que alguna vez usará en otros diccionarios personales, sin despreciar nada pero haciendo su seleccionado propio de voces. No se niega a escuchar la palabras de ningún santoral. Pero para conmemorar, sabe que cada vocablo auspicioso lo debe medir con su astrolabio de realidades. Ya pasó muchas pero sabe que, en medio de las dificultades, ahora hay un cantero –mezcla de pasado, presente y futuro, la rara bohardilla de la memoria argentina– que, si no estuviera, no habría lo que ahora se palpa sin quizá poder explicarse bien. ¿Y quién puede hacerlo? Es esta democracia ruda, que se defiende y ataca, que saca providencias de todos lados, que reavivan el debate, y trazan caminos que al otro día parecen perderse, y resurgen, desvían, apagan, retornan al camino. Porque el ciudadano conmemorante podrá usar escarapela en las fechas que lo mueven al respeto, pero antes usa su bandera oculta, que puede no exhibir nunca, su himno quieto, adelgazado en su conciencia, pero que allí yace como resguardo dictado por un Arlt que ha o no ha frecuentado: ¿te creés que porque leo la Biblia soy un gil?
Todo esto el ciudadano conmemorante lo sabe. No es historiador ni lo recuerda todo, pero comprende que en un país sin demasiados planes elaborados de repente se enciende una luz olvidada y se repone un enlace inesperado de este difícil presente con los entusiasmos nunca dormidos por aquello que de mejor tuvo lo ya acontecido.
El ciudadano conmemorativo duda de las estampas escolares, pero como en la infancia están los recuerdos más vivos de la emoción cívica, sabrá sacarlos de su acartonamiento para discernir que esas emociones, como un pasadizo recién abierto en sarcófago egipcio, debe servir para inspirar acciones nuevas sobre la pobreza, sobre el destino de miles y miles que han visto sus vidas sometidas a injusticias pasadas o recientes, sobre los que pende amenaza de vida o incuria pública.
Y si para que se haga algo es necesario ponerse distintivo y seguir a pie juntillas las rutinas de un festejo escolar, también lo hace. Porque en este caso el fin justifica los medios y porque también fue feliz en la escuela pública –problemática, bien lo sabemos– pero en donde aprendió que la emoción histórica se sirve de símbolos necesarios, pero que en lo esencial puede vivir sin simbología ninguna. Va a conmemorar, pero lo hará a su manera, sabiendo que la memoria y sus discursos no son un carrete momentáneo que mandamos desfilar hacia atrás; tampoco una noticia sobre efemérides; un llamado a un misal preparado para encontrar la misma liturgia que nuestras escolaridades ya han preparado. ¡Y eso que el ciudadano conmemorante respeta las liturgias! Podrán estar adocenadas, pero en su profundidad desatinada siempre están a punto de decirnos algo. La memoria no lo es en sí misma, no existe para sí. Todo lo impregna sin que podamos definir claramente cómo lo hace, porque también sabe dejar en libertad al presente. Y sabe olvidarse de ella misma. Es lo que recrea del pasado cada vez que descubrimos la falla del presente. Y es lo que evita que el presente se cierre también sobre sus autoproclamadas glorias. El ciudadano rememorante, heredero del hombre que está solo y espera, lo sabe.
25/4/10
Francisco Luis Bernárdez
ESTAR ENAMORADO
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
23/4/10
Santa Teresa de Jesús
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
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